Lejos estaba de imaginarme que aquella película cubana que vi hace más de cuarenta años, Los días del agua, de Manuel Octavio Gómez, sería parte de la historia de una provincia de la cual, desde 2011, comenzaría a formar parte.
Estrenada en 1971, Los días del agua contaba la vida, rayando en la leyenda, de Antoñica Izquierdo (1899-1945), mujer natural de la finca Las Ayudas, en territorio de Viñales, quien trascendió con su fama el espacio de los campos y ciudades pinareños, luego de que la voz popular contara sus dones para curar por medio de la fe en el agua.
Todo comenzó cuando el menor de sus siete hijos enfermó y Antoñica, en la desesperación de curarle de una potente fiebre, logró realizar su primer “milagro”, tras acudir al río cercano a su vivienda y, con los poderes del agua, “curar” al niño, noticia que enseguida se regó como pólvora.
Recuerdo perfectamente la descomunal actuación de Idalia Anreus en el papel de Antoñica, y cómo la dura existencia —en la llamada Cenicienta de Cuba— se convirtió en caldo de cultivo para que enfermos, hambrientos y politiqueros de la década del 30 del siglo XX centraran su foco de atención en los “milagros” de esta mujer.
La película de Manuel Octavio Gómez deja muy en claro el trasfondo de este asunto, la bochornosa realidad de un territorio sin opciones para el pobre, desvergüenza que la propia Antoñica fustigó sin miramientos, según cuentan los escritores Tania Tolezano y Ernesto Chávez en La leyenda de Antoñica Izquierdo.

“Antoñica decía que algún día las tierras serían de los pobres, porque eran ellos los que la trabajaban. También dijo que la ropa amarilla tenía que acabarse. Y eso Antoñica casi se lo gritó a un guardia rural (…) “Mire, ustedes tan fanfarrones tienen un uniforme amarillo. Eso de ustedes tiene que acabarse, y no está lejano ese día”.
No conozco realmente sobre la eficacia de los milagros de la doña. Pero en este augurio sobre el destino que tendrían las tierras y los guardias rurales no se equivocó ni un poco.
Personas que ofrecieron su testimonio a los autores del libro dejan constancia que esta mujer “tenía miles y miles de adeptos y hubiera podido aspirar a representante o senador en aquel momento”. Pero Antoñica detestaba sin reserva alguna a los políticos, al voto electoral y a cuanta rapiña se movía en torno a estos.
Su encuentro con Fulgencio Batista, mientras estaba recluida en los infiernos del hospital para dementes Mazorra, donde murió, es digno de antología: ante su insistencia para que ella leyera las Sagradas Escrituras, la respuesta de la mujer fue implacable, pese a su paupérrimo nivel de instrucción: A la verdad, no las quiero tener. El hombre ha cogido las Sagradas Escrituras para el negocio, y eso ya no sirve.
No obstante, defendió la idea del bautizo, el amor a la Virgen María y a Dios, no cobró ni siquiera a los millonarios de entonces que fueron por sus servicios y tildó de explotadores a los médicos que lucraban con la salud humana.
Pasaron ya 76 años desde la muerte de Antoñica. Sin embargo, todavía subsisten en Viñales y agrupados en la comunidad montañosa de Machuca, en San Cristóbal, decenas de seguidores de esta creencia, a quienes se les conoce popularmente como Los Acuáticos y quienes gozan de todos los deberes y derechos de la sociedad cubana.
No conocimos a Antoñica. Pero sí a los continuadores de su fe, a quienes respetamos pese a las diferencias y con quienes, el artemiseño, compartió una jornada inolvidable en lo alto de las lomas donde habitan y donde florecen las piñas más deliciosas que cualquiera pueda imaginarse.
El libro de Tolezano y Chávez, regalo de la amiga bautense Miriam Julia Díaz, madre del laureado escritor Tomás Delfín Hernández, también me sirvió para arrojar más luces en torno a la vida de tan curiosas criaturas y, sobre todo, de quien fue su raíz.
El cine, por suerte, nos dejó la memorable actuación de Idalia Anreus en la piel de Antoñica, la historia brutal de una región muy pobre de Cuba, y aquella frase que en la película repite y repite la protaqonista, mientras trata de ayudar a sus semejantes, tan pobres y carentes de todo como ella: “!Perro maldito al Infierno!, ¡perro maldito al Infierno!, ¡perro maldito al Infierno!…”