Si decenas de poetas nacidos en La Habana dejaron constancia sobre el acto de amar y vivir en ella, fue imposible que otros escritores, venidos de provincias o de allende los mares, no dejaran constancia acerca de cuánto los desveló esta ciudad caribeña, mestiza y diversa.
Uno de estos bardos fue el poeta bautense, fallecido en plena madurez creadora, Carlos Jesús Cabrera Enríquez, especialmente en la sección que sirve para cerrar un libro magnífico, El restaurador anónimo, galardonado en México con el Premio Internacional Nicolás Guillén en 1997.
El restaurador anónimo, cumplidor de aquella máxima de José Zacarías Tallet en cuanto a que “la poesía está en todas partes, solo hay que encontrarla”, está dividido en tres secciones: Del racionamiento (con poemas dedicados a los productos de la libreta de abastecimiento), Del tránsito (páginas donde diversas señales del tránsito son el pretexto del autor para armar cada una de las piezas) y una tercera, nombrada De la restauración, centro de interés de este comentario.
Cinco poemas componen esta sección final, todos dedicados a símbolos muy puntuales que remiten los ojos y el pensamiento de nacionales y extranjeros inobjetablemente a La Habana: El Morro, el Castillo de la Fuerza, el Templete, la Catedral, la Plaza de Armas, el Malecón, La Giraldilla…, hasta completar la cifra de 12 poemas.
Nacido y espigado en el pueblo de Rosa Marina y más tarde asentado en el casco urbano bautense, el poeta Carlos Jesús Cabrera gozó de una visión intelectual que sobrepasó por mucho el espacio geográfico de sus pasos cotidianos.
El haber escrito intensos poemas habaneros y otros como el dedicado al memorable Cenote azul, en México, revelan su universalidad y su amor profundo por la cultura planetaria, por su país y su capital, invencible y mítica, a punto de cumplir 500 años, y seguramente agradecida de contar entre sus cantores con un poeta de tanta estirpe como Carlos Jesús.
Como un botón de muestra, he querido tomar el poema Mujer eterna (La Giraldilla) y ponerlo a disposición de los lectores, también, de muchas maneras, vinculados a este gran acontecimiento festivo.
Mujer eterna
La Giraldilla
La esperanza es una mujer de bronce
girando en el cielo al compás del viento.
La mano que labró el gesto,
que acercó la cruz al cuerpo desamparado
de esa mujer eterna de metal desnudo
en el techo del mundo,
acercó la distancia del horizonte
al abismo de la soledad.