Debió contar con mayores reconocimientos, no porque tuviera 98 años, sino porque ha construido un hermoso historial periodístico y literario digno de recibir las mayores estrellas.
Empezó a construir su currículo desde Banes, tierra natal, un sitio en el oriente holguinero, del cual le llegaron recientemente las peores noticias tras el paso arrollador del huracán Melissa por esa zona del país.
“Llamé a mi hermano Rafael, que tiene 82 años y vive en El Cristo, en Santiago de Cuba, y me dijo que el ciclón le llevó la casa. No puedes imaginarte el dolor que siento”, aseguró el veterano periodista.
Un hermano en desgracia es como estar en desgracia uno mismo. Y si quien recibe la noticia es un hombre generoso, abierto a todos los cariños posibles, entonces el dolor es más punzante.
Jorge Velázquez Ramayo sí sabe de ciclones. Padeció uno de los más fuertes sufridos por Cuba y estuvo a un paso de la muerte cuando el Flora arrasó la provincia de Oriente en 1963 y no tuvo clemencia con seres humanos, viviendas, animales, plantaciones…
Estaba allí, en medio de la furia de las aguas, luchando por salvar su vida y la de otros, guardando en su memoria, testimonios escalofriantes que luego plasmaría en su libro Vórtice, premiado en el concurso Uneac y llevado a miles de ejemplares que “volaron” de los estantes y conservan una vigencia estremecedora.
El año 1963 no es el 2025. Han pasado 62 años y han ocurrido cambios notables en la geografía oriental y en el modo de enfrentar estos desastres naturales. Pero la sensibilidad ante el caos y las pérdidas siguen siendo las mismas, el miedo a la naturaleza encolerizada, golpeando y arrasando como si hubiera llegado el fin de los tiempos, sobrecoge el corazón y sacude la conciencia.
Ayer, al igual que hoy, un ciclón toma a cada segundo “el color de las grandes pasiones y desgracias”, para decirlo como el poeta español Miguel Hernández.
En su vivienda de Caimito, el veterano Jorge Velázquez escribe cuentos y novelas con entusiasmo de adolescente, desafía los brutales apagones, lee novelas de primera línea, cocina, lava, limpia la casa, le echa una mano esencial a su esposa Katy, aquejada seriamente en su salud, y guarda como un tesoro invaluable el último ejemplar que posee de su novela testimonio Vórtice, compuesta por un centenar de páginas donde se describen los efectos de un ciclón en Cuba, como pocos autores del patio han logrado hacerlo.
Han pasado los años, obviamente, y no dudo que el paso de un ciclón como Melissa, merezca ser contado en uno o varios libros, con todo el horror y la esperanza de los hombres y mujeres que no se rindieron ante sus estragos, ni siquiera cuando ya no les quedaban fuerzas, ni agua ni alimentos y Melissa amenazaba con tragárselos dramáticamente, igual que a aquella mujer con sus hijos en medio del Flora.
No son comunes en el mundo editorial cubano las reediciones de textos con autoría de escritores menos conocidos. Pero esta novela valdría la pena retomarla editorialmente, no porque esté repleta de muerte, angustia e incertidumbre, capaces de cautivar el interés del lector, sino porque está llena de coraje, el mismo que nos impulsa, en el Oriente, el Centro y el Occidente, a pelear contra todos los dolores de la vida.
“Agua del recuerdo, ahora voy a navegar”, decía Guillén. Lo mismo podrá decir siempre Jorge Velázquez cuando escuche que un ciclón inoportuno y voraz se acerca a destrozar un trozo de su país y a traer una cuota indescriptible de horror.
Un buen escritor y periodista sabe dejar recogida la historia de su tiempo para los seres presentes y muchos ya idos, y para miles de cubanos que vendrán.



