Cuando la salud se rompe, casi todo en el cuerpo y el alma comienzan a retroceder, se enferman la carne y el espíritu a la par, descienden por un barranco que sólo un milagro y mucho coraje pueden detener.
Y el milagro salvador solo puede ocurrir, cuando los seres atrapados en ese dolor que parece no concluir, deciden pelear el partido (para ganarlo contra viento y marea) hasta el pitazo final.
Corren tiempos duros para la salud de un artista que mucho ha creado y mucho puede crear todavía. Se llama Juan Carlos Muñoz Alfonso, o simplemente El Taco, un majestuoso pintor atrapado en una adversidad de salud, un hijo de Barranquilla que decidió ser cubano hasta el último minuto de su ser, un artista que, de modo inmejorable, ha dejado con sus trazos unas obras dignas de los maestros del Renacimiento, tal como el artista Oslier Pérez afirmó sin titubear.
Ahora que, con toda justicia se le dedica la Jornada de la Cultura en Artemisa y una exposición con algunas de sus creaciones honra las paredes del cine Juárez, “me he sentado a caminar”, como Vallejo, a darle vuelta inversa a las manecillas del reloj, y a recordar cuanto significó para mí haber conocido a un artista como él.

Me encanta la obra de muchos pintores artemiseños. He tenido la suerte infinita de que varios de ellos me hayan obsequiado piezas originales que visten las paredes de mi casa y son, sin lugar a dudas, el tesoro más inmenso que poseo. Pero faltaba una obra de este imprescindible, que ha paseado el asombro de su arte por Colombia, Estados Unidos, España…
Confieso que nunca imaginé tener alguna. Confieso que cierta vergüenza, me impidió pedir lo que otros pintores me donaron por propia voluntad.
Pero con motivo de haber obtenido el Premio Uneac de poesía Rubén Martínez Villena, por mi cuaderno lírico Poemas al pie de las cenizas, surgió la idea de que el maestro güireño, entonces presidente de esta organización, se encargara de vestir con una de sus creaciones, la portada que Unicornio habría de utilizar en el primer poemario de mi vida.
Y pasó el tiempo y pasó, como dijo el mayor de los poetas, y una mañana de domingo, en medio de un homenaje a este humilde escritor, El Taco irrumpió en la sala de cine donde tanto me reconocían, para entregar en mis manos, como regalo bendito, la obra suya que vistió a mi obra.
Fue un gesto de admiración, más que de vana cortesía. Fue el gesto de un hombre brillante como pintor y brillante como físico, lector de opinión valiosa, amigo de sus amigos, antiguo directivo de corazón, entendimiento y puertas abiertas, soñador y convencido de que nada vuelve mejor al mundo y los hombres que la cultura.
Cuando ya nos planteamos volver a unirnos en dúo, para inventar la portada de mi libro de crónicas Criaturas del corazón, el mal ya estaba en su cuerpo y había que atenderlo con urgencia. Entonces resultó imposible concretar esta segunda aventura. No importa después de todo. Ya vendrán otras seguramente. No pienso cansarme de escribir y El Taco, seguramente, volverá a pintar. Claro que sí.
Está empeñado en renacer. Está empeñado en seguir aquí, entre nosotros, entre nuestra risa y nuestro dolor, hecho con los buenos ingredientes de un cubano más. Es “un vivo que a vivir no tuvo miedo”, como decía Martí. No hace falta entonces decir mucho más.