Diversos instantes de la vida cultural se vinculan cordialmente con la biblioteca municipal Nena Villegas, en Caimito, aquejada hoy por serios problemas constructivos que ameritan, cuanto antes, una respuesta salvadora de este tesoro popular.
En esta biblioteca, fundada en marzo de 1983, y con el nombre de una querida promotora cultural de este municipio, he hallado, y miles de seres junto conmigo, además del afecto de todas sus bibliotecarias, un espacio siempre abierto para realizar allí cualquier tipo de peña, presentación de libros, taller literario y encuentro de escritores.
Sin embargo, se entristece el corazón cuando uno irrumpe en este local. Basta levantar la vista apenas se traspasa el umbral de la puerta de entrada y allá en lo alto pueden verse las nubes que, al derramarse sobre la tierra caimitense, también se derraman sobre el interior de esta biblioteca.
La lluvia primero y después la humedad y los hongos, a sus anchas toman el mando de una institución donde ninguno de los tres es bienvenido, pues las joyas mayores que guarda el inmueble, los libros, por supuesto, acaban sufriendo daños irreversibles.
Quien entre al Departamento de Procesos Técnicos, donde se reciben y procesan los títulos para después colocarlos en las estanterías, verá sobre su cabeza la triste fragilidad de la cubierta, sin ninguna posibilidad de contener la filtración de la más tímida llovizna.
La Sala de Referencia, la destinada a Niños y jóvenes y la de Adultos, no andan en situación menos lamentable. A estas calamidades se agregan las de puertas llenas de comején, así como iluminación y ventilación insuficientes, ideales para poner en fuga al más resistente lector.
Es cierto que el duro paso del huracán Rafael, a fines del pasado año, vino a complicar el estado ya preocupante de esta biblioteca. Sin embargo, problemas como la presencia del comején y la poca ventilación e iluminación, son molestas piedras que se arrastraban desde muchísimo antes.
Cuentan las trabajadoras que han colocado mantas y nailons para contener los efectos devastadores de las lluvias, pero ya esta suerte de “curita” no puede resolver ni paliar una situación que se ha ido agravando y maltrata y liquida sin piedad, a cuanto libro se le ponga enfrente.
En un comentario reciente aseguraba que cuando se destruye un libro, no solo se tira por la borda el trabajo de quien o quienes lo escribieron durante días y noches, sino de los correctores, editores, diseñadores, emplanadores… y de todo aquel que puso su talento y esfuerzo para que un producto tan especial llegara a manos de una cifra incalculable de seres humanos.
Es cierto que andamos cortos de recursos materiales. Es absolutamente real que son demasiados los casos constructivos por resolver. Pero ninguna biblioteca o librería deben perderse jamás, porque es una pérdida que hablaría a gritos sobre quiénes somos en realidad.
A Fidel corresponde una frase antológica que, después de medio siglo, se sigue repitiendo con frecuencia: “La Revolución no le dice al pueblo cree; la Revolución le dice lee”.
Pero, para leer, hay que tener libros. Y si los libros están a nuestra entera disposición, pues cuidarlos con esmero es nuestro deber y, si me apuran un poco, me atrevo a decir que es un maravilloso gesto de honor.
