Cuando la belleza de la mujer india, desnuda o semidesnuda, irrumpió en el ojo del conquistador recién llegado a estas tierras, un terremoto pareció sacudir los apetitos de quienes, contra su propia voluntad y en medio del saqueo y el crimen, terminaron siendo parte imprescindible del mestizaje que habría de glorificar el paisaje humano de estas tierras dolorosas y esperanzadas.
Así lo vio Carpentier en su novela El arpa y la sombra. Así lo reconocieron los jerifaltes españoles al descubrir que las conspiradoras mambisas de Bayamo llevaban en su rostro y su cuerpo el sello de la belleza más impresionante que jamás hubieran visto.
Ha sido hermosa la mujer de estas tierras desde tiempos inmemoriales, desde que Cuba no tenía ese nombre y su conquista sangrienta aún no era un hecho.
Pero bastó que la paz del caimán se quebrara, para que, además de hermosa, brillara en otras virtudes, en el fuego abrasador y libertario que habría de ponerla en el centro mismo de la Historia, nunca en la periferia.
De nuestras indias y mambisas rebeldes hasta hoy han transcurrido más de cinco siglos. Ha pasado un tiempo enorme repleto de otras mujeres, con mil hazañas, de miles que han sabido hallar el modo de empujar un país y hacerlo respirar contra todo pronóstico asfixiante.
Las indias, bayamesas, cubanas y africanas insurgentes acabaron por multiplicarse hasta el infinito. Y hoy, en vez de un hacha, un machete o un fusil, empuñan todos los instrumentos humanos en un aula, un estadio, un hospital, un policlínico, una plantación agrícola, un teatro, una escuela, una redacción periodística…, la eterna prueba de ser “una Revolución dentro de la Revolución”, tal como las definió Fidel, autor de la idea de incluir dos mujeres, Melba y Haydée, en el asalto de vida o muerte al Moncada y de incluir muchas más, desafiando criterios machistas, en el histórico pelotón de Las Marianas, cuando aún el nacimiento de la Federación de Mujeres Cubanas era un hecho impensable.
Queda mucho camino por recorrer para alcanzar la emancipación total de la mujer, para sacarle del pensamiento a ciertos “bárbaros Atilas” que ya definitivamente no son sus dueños. Queda mucho camino loma arriba para que lleguen a empoderarse de forma definitiva.
Pero esa mujer que asume el cetro de aquellas otras, de aquellas que vivieron el orgullo de ver nacer la Federación de Vilma y de todas las cubanas, con su impacto justiciero, inclusivo y renovador, no quieren arrodillar sus honores, porque saben que el mundo y su país solo pueden salvarse combinando su belleza, con su inagotable e intensa virtud.