En un encuentro reciente en el Círculo de Abuelos Amor, donde tan bien se pasa en Caimito, la escritora Elda Álvarez Pino me regaló una sugerencia que acabé por compartir con el resto de los abuelos presentes, porque me pareció estupenda.
¿Y por qué no celebramos el Día del Vecino?, me dijo la escritora, veterana peleadora por la vida, pues la luz de sus ojos ya casi no la acompaña, aunque la belleza de antaño y la alegría aún se niegan a escapar de su rostro.
Quien anda navegando por las redes habrá descubierto cuántos acontecimientos celebra el mundo cada día. Algunos resultan muy serios; otros, no tanto. Que se celebren el Día del Amor y la Amistad, el de los niños, la madre y el padre, y hasta el del agua, no me parecen nada mal.
Sin embargo otros me causan –y perdonen la franqueza- verdadera risa. No obstante, creo que en casi ninguno de los casos, la intención esconde alguna nota sórdida para homenajear alguna aberración antihumana.
Sí, celebrar el Día del Vecino, por qué no. ¡Qué bien! Celebrar el día de ese o esa al que muchos llaman “el familiar más cercano”, resulta maravilloso. Si algunos se quejan de los malos vecinos, que existen y no son pocos, la gran mayoría de las personas, como es mi caso, ha encontrado en ellos un apoyo sentimental y material ante el cual me inclino doblemente agradecido.
No tienen mucho más que yo. No son ricos para estar regalando a diestra y siniestra. Los tiempos son duramente humanos, como cantaba Silvio, y afuera los lobos son lobos aún, como cantaba Noel Nicola. Pero las puertas de sus casas están abiertas de par en par, como cantaba Serrat, y a veces con un plato en la mesa o un sorbo reparador de café en una taza.
Corren tiempos brutales. Hoy casi todos carecemos de más de una cosa necesaria. Pero vecino, que a veces es ella o es él, y a veces soy yo gustosamente, solemos repartirnos la sal y la miel de la vida en pequeños sorbos de esperanza.
Un día necesitamos un poco de detergente y al siguiente nos toca regalárselo, un día nos donan su aceite y mañana les donamos un par de tamales o un plato de guiso. Un día les buscamos el pan en la bodega y en otra ocasión les entregamos la libreta para que se encarguen del mismo asunto.
No tenemos, ni creo que haya, un medio mejor para enfrentar la existencia. La frase inmortal de Alejandro Dumas puesta en boca de sus tres mosqueteros, “todos para uno y uno para todos”, más que un principio de honor para tres grandes personajes literarios, debía ser un principio para todo ser humano.
Siempre será maravilloso embriagarse con la máxima guilleniana de que “lo mío es tuyo, lo tuyo es mío, toda la sangre formando un río”.
Recuerdo la anécdota de un amigo que, en uno de sus tantos apagones económicos, recibió de pronto la visita de un vecino, ya hermanado con él desde hacía mucho y especialmente alegre por “el salve” alimenticio que acababa de llegarle desde el exterior.
Al abrir la puerta, mi amigo vio ante sus ojos a un hombre que, con una surtida bolsa al hombro, solo le dijo: “ya tenemos comida”.
“Ya tenemos”, en plural, no en singular. “Ya tenemos”, como si el envío hubiera ocurrido a nombre de ambos. Nada de mezquindades ni de actitud “realista” y tacaña de ocasión.
Por razones como estas, y por cientos, apoyo la intención hermosa de Elda con todas las letras de mi corazón. Apoyo la sugerencia de una mujer que, pese a su notable carencia visual, nunca deja de preocuparse por los otros, por sus vecinos… y no tan vecinos.
Aplaudo, sin dudas, la larga vista de Elda cuando me sugirió celebrar el Día del Vecino, propuesta que, como era de esperarse entre gente de bien, recibió como premio un aplauso cerrado y conmovedor.