Corren tiempos difíciles para la Cultura cubana, no por consecuencia de notables carencias materiales para concretarla, sino porque expresiones de las cuales no podemos sentirnos orgullosos, parecen dominar a sus anchas el gusto irrespetable, no solo malformando aficiones musicales, sino también normas de educación.
Ambas calamidades se unen a otras, como la decadencia o desaparición de ciertos eventos, otrora gloriosos y hoy convertidos en una pálida caricatura de lo que ayer fueron y representaron.
Los mobiliarios de las instituciones parecen herencias del medioevo; algunas bibliotecas emulan con reservorios de agua cada vez que llueve; la literatura y los escritores parecen no existir en ciertos municipios artemiseños, donde se les olvida olímpicamente, al punto de no destinar ni un céntimo del presupuesto anual, para reconocer sus actividades y mucho menos la Resolución 70 de 1996 del Ministerio de Cultura, destinada a ejecutar el Derecho de Autor.
Sin embargo, creo que si la poesía es la única prueba palpable de la existencia del hombre, como aseguraba Luis Cardosa y Aragón, entendiendo la poesía como la marca de la belleza que hace memorable cada obra en la tierra, entiendo que la Cultura es el más alto escalón de la condición humana.
He vivido ya tres décadas como escritor y periodista al servicio de la cultura. He disfrutado la maravilla de crearla en la soledad de un cuarto o en el bullicio de una cocina, ante una rústica máquina de escribir o ante una moderna computadora. He asistido al maravilloso crecimiento de escritores y artistas ayer desconocidos y juveniles y hoy reconocidos y consagrados.
No digo ningún nombre, son demasiados y son sobre todo glorias de su barrio, municipio, provincia, país entero. Admiro en los creadores su ímpetu y resistencia, su fuerza para caer y levantarse, su invencible capacidad para impulsarse en medio de la adversidad más grande y las carencias más absolutas.
El mundo sin el arte, sin la Cultura, sería la eterna caverna del hombre primitivo. Mientras más hermoso y completo se volvió el arte, en más pujante se convirtió la sociedad. Si los hombres se mataron y se matan en guerras interminables, absurdas y ambiciosas, la cultura logró sacar a flote el diamante que salvaría a estos seres de un enloquecido e imparable exterminio.
La Cultura cubana, si bien recibió de España una dosis altamente valiosa de expresiones artísticas y modos de ser, estaba convocada, en sus ansias independentistas, a contarse a sí misma, a ser una voz propia, sin intermediarios colonialistas. Por este motivo y por otros bien justificados, cuando se concretan dos hechos memorables en octubre de 1868, el levantamiento de Céspedes en La Demajagua, el día 10, y el estreno de nuestro Himno Nacional, el 20, en el Bayamo Insurgente, nacía, del modo más auténtico, rebelde y hermoso, el sentido de un país y la razón que habría de sostenerlo hasta el día de hoy.
Por eso octubre es Cultura en Cuba, evoca un pasado glorioso y retorna a un presente donde todos los retos posibles están colocados sobre la mesa, no servidos de manera pasible, sino bajo el más intenso fuego de un tiempo convulso donde una parte de los seres humanos no renuncia ni al saqueo ni a las guerras.
Octubre es intensa luz para nosotros, parte de esa fiesta innombrable de la que hablaba Lezama. Octubre es la eterna pregunta sobre cómo queremos el destino de Cuba.