Ningún otro poeta como el peruano César Vallejo ha resumido, de manera tan original y brillante, la dimensión humana y la trascendencia del héroe, una vez concluido su paso por la tierra.
El autor de Trilce lo puso de manifiesto en su descomunal y sencillo poema Masa, donde el héroe sin vida, ante el encendido clamor de las masas, abandona su rigidez mortuoria, abraza al primero de los hombres que tanto reclamaran su retorno y echa a andar.
Es una imagen altamente simbólica. Así sucede con los grandes héroes de la Historia. Así sucede con Antonio Maceo Grajales y Ernesto Guevara de la Serna. Su grandeza les impide permanecer en la muerte y el silencio del sepulcro. O como aseguraba el poeta bejucaleño Misael Aguilar: “no pierdan el tiempo atacando mitos como el del Che, con la esperanza de destruirlos. Los mitos son invencibles”.
Del imparable Titán de Bronce, la tozudez colonial española pensaba que “con dos balas: una para Gómez y otra para Maceo se acaba la guerra”. Pero resulta que ciertos hombres no mueren por una bala, ni por dos, ni por diez.
Ahí están para demostrarlo el cubano y el argentino, desafiando el paso del tiempo, que todo lo suele erosionar y, al cabo, hacer añicos si la obra y el héroe no fueron auténticos.
El Titán y el Guerrillero, llegados al mundo un 14 de junio, destacan en dos de los instantes más gloriosos y turbulentos de la Historia de Cuba. Se vuelven referentes y guías de un país envuelto en la dramática opción de ser esclavo o libre, de verse obligado a pagar en dolores y sangre un precio descomunal por su liberación.
De casi cuatro siglos bajo la ya insoportable bota española intentó liberarnos Maceo; de una dictadura golpista y sangrienta ayudó a librarnos quien, como Martí, sintió que, por encima de un país de nacimiento, era hijo de Latinoamérica y defensor de la justicia en cualquier rincón del orbe.
El Titán fue pobremente entendido por el general Martínez Campos tras no convencerlo en el Pacto del Zanjón, al punto de asegurar este que “Maceo, como todo mulato, es de una arrogancia insufrible”, como si tan sencillo “detalle” racial pudiera darle sentido a las razones de actuar de un genio de la estrategia militar y del pensamiento político.
Una bala, o dos…o diez cegaron la vida de estos hombres y de muchos tan valiosos como ellos. Pero Maceo y Che, esencia de pueblo, grandes al fin, al igual que en el poema de Vallejo, cruzaron el trance de la muerte, abrazaron a un pueblo y echaron a andar.