El exilio duele. Así lo ha resumido Ángel Silvestre en su exposición Amores migrantes, expuesta en la Galería Guerrero, en Bauta. No importa cuánta prosperidad alcances en ese viaje sin regreso. No importa cuántas sonrisas regales en las fotos que envías a quienes se quedaron en esta orilla. Duele. A los que partieron y a los que no.
Pero sobre ese mar de dolor y adioses se va levantando la vida cada amanecer, y sobre ese amanecer, a veces nublado por la desolación y la soledad más atroces, inventas, sueñas, fabulas, comes, amas…
Ángel Silvestre, el pintor, ha vivido esta experiencia con una intensidad impactante. Muchos de los suyos, hijos, nietos, hermanos, sobrinos, amigos, cruzaron el intenso azul de la mar caribeña para instalarse definitivamente fuera de Cuba y con estas ausencias, doloroso cuchillo clavado en el alma, ha debido lidiar desde hace años.
De poco vale que la imponente tecnología de hoy permita acercar voces y rostros en largas conversaciones o en visitas ocasionales y de corre corre. La ausencia está y no se llenará nunca, porque no habrá retornos definitivos. El pasado quedó en el pasado y la vida se vuelve otra para los emigrantes y los que quedan en esta orilla.
Queda, eso sí, la memoria repleta de viejos tiempos felices, cuando hijos, nietos, hermanos y amigos quedaban al alcance de la mano y era fácil llegar y compartir con ellos cada instante de cada día.
Pero el exilio aleja y pone entre los seres queridos rigores de pasaportes y fronteras que no se traspasan fácilmente. Lo sabe Ángel Silvestre y lo saben millones de cubanos, hombres y mujeres del Tercer Mundo, sobre todo quienes, buscando prosperidad y alicientes se apartan, inevitablemente de sus raíces.
Y se apartan porque cada país tiene sus leyes, sus costumbres, sus modos de comportarse en público y en privado. Y no es aconsejable quedarse varado en el país que quedó atrás, porque un inmenso reto te espera en el país que tienes delante.
Sin embargo, Ángel Silvestre no renuncia a brindar abrigo perpetuo a esas criaturas portadoras de su ADN que ya no están entre nosotros, que partieron en busca de nuevos horizontes y, como Hernán Cortez, quemaron sus naves. Son muchos. Y por ser muchos, la melancolía pesa más, aprieta más el corazón y desgarra el alma.
Gabi, Annemarie, Annely, Natacha, Neldita, Sol, Lilita, Tony, Ariel, Robe, Emily… Un listado interminable de ausencias-presencias que el artista caimitense, con el único aliciente y sacademonios que tiene a mano: la pintura, evoca con una sinceridad donde se asoma la melancolía y se oculta una lágrima, de la que solo saben aquellos que un día vieron partir a los suyos para siempre, no importa cuál sea el horizonte.
Asi de duro es el exilio, no importa la tecnología, la riqueza, la opulencia, siempre te falta algo en el andar, el aire, la sonrisa amiga, la mano extendida y la lucha permanente entre el querer dejar atrás la tierra querida y la necesidad imperiosa de seguir para no perecer, es la única brújula
Gracias al Sr Silvestre por la noble intensión de enseñar a través de su arte, su pintura, por sus contribución a sanar heridas.