Si el coraje y el amor por la vida pudieran tener un rostro, ese podría ser el de una madre y una hija guanajayenses: Maritza Pérez Ravelo e Ismarys Suárez Pérez, capaces de protagonizar una aventura donde dolor intenso y amor invencible han estado frente a frente, con una victoria indiscutible para el segundo.
Ismarys puede definirse como uno de los llamados niños de cristal, pues una enfermedad llamada osteogénesis imperfecta le provoca que, en un mínimo movimiento, pueda sufrir una fractura de cualquier hueso. A tanto asciende esta dolorosa fragilidad, que hasta hoy Ismarys acumula un total de ¡35 fracturas! Su madre, Maritza es el coraje personificado, pues su hija, lejos de ser una muchacha con ánimo conformista o de perdedora, decidió tomar por los cuernos el acto de vivir y se lanzó a cumplir el sueño de estudiar Licenciatura en Filología en la Universidad de La Habana, donde se graduó en la especialidad de Literatura, con Título de Oro, en el año 2022. Y en esa larga batalla acompañó a su hija durante cada minuto del día y de la noche en la capital cubana.
Tanto Ismarys como Maritza narran cuán solidarias fueron con ellas las autoridades del Ministerio de Educación Superior y el Rectorado de la Universidad de La Habana, al facilitarles todas las condiciones para que ambas pudieran instalarse en la Residencia Estudiantil de F y Tercera primero, y más tarde en un cuartico habilitado en la Quinta de los Molinos, dentro del Instituto Superior de Tecnologías y Ciencias Aplicadas.
No obstante la total comprensión y ayuda, algo quedaría muy claro: aunque Ismaris fuera una persona con serias limitaciones, tendría que enfrentar el proceso docente sin ninguna concesión. Ella aceptó el reto y su título dorado fue la mejor prueba de la consagración total al estudio.
Fueron tiempos difíciles, no solo por el desafío personal que implicaba, sino porque durante dos años todo el planeta comenzó a moverse, casi de manera absoluta, a ritmo digital, pues la covid replegó hacia sus viviendas a millones de ciudadanos y fue preciso entonces asumir una forma de estudio a distancia que, aunque imprescindible en ese momento tan dramático, nunca le gustó a Ismarys.
El día que por fin abrazó su título, Maritza y su esposo Ismael no solo respiraban emocionados al ver el triunfo de su peleadora hija, sino que seguramente vieron pasar por sus cabeza el aluvión de recuerdos que los llevaba a evocar cada agotadora jornada en la beca y la Facultad de Artes y Letras, donde fue creciendo su dimensión cultural.
En medio de tantas evocaciones, cómo no recordar a la también filóloga y editora guanajayense Berkis Aguilar, conductora del taller literario que tanto le aportó a Ismarys y quien la acogería como editora de Unicornio a partir de enero del pasado año.
Conversando con Maritza, le confieso que, con toda lógica, se han reevaluado términos como “discapacitados”, porque, por muchas limitantes físicas que sufra una persona, esa adversidad no la frena a la hora de poner en práctica su fecundo talento.
Grandes de la historia de la humanidad han tenido notables limitaciones físicas y no por ello han dejado de escribir sus nombres en las más altas cumbres de la creación científica, literaria, artística, periodística.
Reconozco que no sabía de la hermosa historia protagonizada por estas artemiseñas, pero tuve la suerte de conocer de su existencia durante la última Feria Internacional del Libro, en San Carlos de la Cabaña, donde la joven presentó una novela editada por ella: Cuando los cemíes lloran, de la autoría de Mario Reynaldo Martínez.
Una hora antes, cuando bajamos del ómnibus en uno de los parqueos de la célebre fortaleza, su madre abrió la silla de ruedas y bajó con Ismarys en brazos. Una dura tarea de años y años, pero también muy hermosa. Sentí admiración profunda por Maritza. No hay palabras para describir el valor de esta madre cubana.
Durante la presentación de la novela, anclada en la Cuba precolombina, las palabras de Ismarys fueron claras y profundas respecto a esta obra, dignas del mejor presentador de textos. Así demostraba que, pese a tener una seria limitación corporal, su inteligencia bien vale una misa.
Confiesa, sin dudarlo un segundo, que prefiere la narrativa a la poesía, gusta especialmente del latín y admira la obra martiana. Su capacidad para dominar torrentes de conocimientos es innegable. A Maritza no le bastaba que su hija se hubiera graduado de una especialidad universitaria. Quería que, una vez concluido su paso por la Facultad de Artes y Letras, pudiera serle útil a la sociedad. Y así fue. Hoy, como cualquier editora talentosa, Ismarys Suárez Pérez anda embuida en esa bella aventura de darle forma definitiva a la obra de diversos autores, pues, sabido es de sobra, que cualquier escritor de este planeta, mejor o peor, merece siempre un buen editor… o una buena editora, faltara más.