Cuando el joven artista visual Bryan Acosta Fagundo me invitó a visitar la exposición colectiva No pasa nada, en la cual se recogía una parte de su incipiente obra, le recomendé aprovechar todos los espacios, concursos, eventos, galerías… posibles para promover sus creaciones.
Independientemente de si estos fueran de mayor o menor resonancia, le reportaran algún dividendo económico o ninguno, era preciso no ignorarlos para que el artista ganara en visibilidad dentro de un universo altamente competitivo.
Le hice la sugerencia porque, por desgracia, vivimos en un planeta donde las jóvenes promesas del arte –y algunos que ni siquiera tienen talento, pero se creen grandes sin serlo en absoluto- piensan que, en un abrir y cerrar de ojos, las puertas del éxito se les abrirán de par en par, el mundo se pondrá de rodillas ante ellos y las cajas contadoras sonarán estruendosamente a su alrededor.
Nada más lejano de la verdad. A veces la fama premia con creces la mediocridad; pero, en la mayoría de las ocasiones, solo trabajar duramente garantiza, además de respeto, que una obra madure, gane en rigor y reciba el aplauso del público y de los más avezados críticos.
Bryan, el joven artista candelariense, ahora estrenándose en las aulas del Instituto Superior de Arte (ISA), tomó en serio la sugerencia de este humilde redactor y se fue a aprovechar el espacio que, de manera gentil, le ofreció en la sede de la Uneac en la provincia el también artista visual Juan Carlos Muñoz Alfonso (El Taco), presidente de esta organización.
De la Expo, nombrada Espacios Efímeros, el propio Juan Carlos ha comentado que: “la ve bien proyectada” y la siente como un discursar sobre el proceso creativo, apuntes de ideas para trabajos futuros. Ante este tipo de obras, surgen muchas interrogantes, le ofrecen al espectador la posibilidad de creer que la ima
gen definitiva viene en camino o que ya se ha concretado esa imagen, ese rostro, y lo que está plasmado en el cua- dro ya fue un acto final que ahora se va desdibujando hasta desaparecer enalgúnmomento. Todopuede ser relativoen el buen arte, que te deja más de un modo de interpretarlo.
El sentido de la vida misma parece alumbrar la filosofía de esta veintena de obras de Bryan: vienes de la nada, del barro, de la materia en bruto, hacia una forma definitiva, y un día partes de esa forma definitiva hacia la nada. No es el destino de un cuadro. Es, sin excepción, el destino de todos los humanos.
¿Quién puede asegurar si estas imágenes de Bryan vienen o van camino a difuminarse? Su creador seguramente sabe la respuesta, pero en caso de que no supiera decírnosla, no importa. El arte siempre tiene secretos que ni el propio autor sabe o puede (o quiere) desentrañar.
Cuando alguien le preguntó al inmenso Federico García Lorca qué significaba en uno de sus poemas la imagen lírica “el coñac de las botellas/ se disfrazó de noviembre/ para no infundir sospechas”, el brillante poeta granadino respondió que no sabía explicarlo.
Nadie se asombre. Así puede suceder. El artista nos deja simplemente la metáfora de sus versos o sus trazos. Nosotros intentamos descifrar el mensaje y, de paso, buscamos la moraleja que mejor se acomode a nuestro modo de entender el mundo.