Mulatas, barcos, calles, bohíos, tejados, Shangó, Yeyemá, la Virgen de la Caridad del Cobre, el exilio, los amantes, la poesía, senos floridos, rostros libidinosos, payasos alegres y payasos tristes…caen como verdadero aguacero, cada hora, cada día, sobre el lienzo y las cartulinas del pintor Ángel Silvestre Díaz Morales, quien a sus más de 70 parece no haberse enterado, ni por casualidad, de que¨ el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos¨, como entonaba certamente el bardo Milanés.
Silvestre no se siente viejo. Se siente añejo como un buen ron curado en los más finos barriles de la ínsula. Y como se siente añejo y de primera línea, cualquier pretexto le sirve de bandera para inventarse una exposición. A veces una exposición tan atípica y curiosa como la que ahora mostramos al respetable en la sede de la Uneac en Artemisa: La gota, sazonada por el alto voltaje de los versos de Evasio Pérez, otro que se añeja mejor que un Havana Club o un Whisky escocés.
Pues de una gota, de una sencilla gota (de dolor, de amor, de olvido…y no pare usted de poner gotas de cualquier clase) ha creado este fecundo binomio la expo que, de algún modo, rinde homenaje minimalista a lo que, a veces, decide la suerte de un hombre o de un país…y hasta de una civilización entera.
En un segundo un hombre decide si apretará el gatillo homicida o no, decide si vivirá en su país o se irá para siempre de este, decide si confesará su amor o lo callará….Es mínimo un segundo, como mínima es, en apariencia, una gota, que milagrosamente puede convertirse en mar ella sola cuando desborda el vaso, o la paciencia, o el odio, o la desesperación…y deja decidida, de una vez y por todas, la suerte de un ser humano…o la de muchos.
La gota, sin dudas, apunta a los límites, al andar sobre una navaja o sobre cualquier tipo de línea divisoria entre un antes y un después. La gota es el broche dorado para las muchas gotas que se han ido acumulando y, cuando ya el vaso o el corazón o el hígado o el alma no pueden con otra más, las desparrama en sordina…o con el estruendo del que ya no puede con el agobio o el peso de semejante carga.