Muchas palabras de amigos y escritores cercanos a ella, serán más expresivas y auténticas que las mías, pero resulta imperdonable que yo pasara por alto la muerte de la escritora Marilú Rodríguez Castañeda, quien honró las letras de su país y la existencia humana hasta su dolorosa partida hace apenas unos días.
Marilú fue, ante todo, una mujer auténtica, sincera hasta los tuétanos, no se calló ninguna de las verdades y desasogiegos que le latían dentro y con ellos amasó los personajes e historias de varias de sus novelas, bien conocidas por los lectores artemiseños, como Melodía para un fauno y El libro de Racha y otras obsesiones.
Una escritora que le dio alma y hombro hasta el fin de sus días, Mireysi García, y dos periodistas a quienes le abrió las puertas de su corazón, Jaime Masó y Reinier del Pino, han escrito hermosas valoraciones acerca de esta mujer artemiseña asentada en Guanajay.
Crónicas y remembranzas de estos autores, aparecidas en las redes sociales, no sería ocioso leer, pues el alma toda han entregado al narrar cómo les impresionó compartir un momento o muchos con Marilú.
En estas evocaciones pusieron en limpio cuánto de provecho les regaló Marilú con su verbo transparente, impetuoso y su atención generosa y cuánto de sinceridad les aportó para andar en un mundo donde esta no suele florecer demasiado.
Aunque cada vez el camino se le hiciera más pedregoso y el soñar más duro, imagino que Marilú Rodríguez, junto a su esposo Humberto, no dejó jamás de fabular nuevos libros.
Estoy convencido de que siguió admirando a los grandes poetas y a las grandes autoras, mujeres tan honradas y libertarias como ella, y no se contuvo palabra de elogio para contar cuánto le estremecían el pecho.
Marilú es una escritora que ya no andará por las calles, atisbando con ojo profundo alguna de las historias que trocaba en relato o novela desafiante o sencillamente en poema para enviarlo, discretamente, a lo profundo de su corazón. Y esa falta terrible se va a notar.
De sus muchas sinceridades, he decidido elegir esta que le contara a Reinier y la dibuja con la agudeza de un exacto retrato y puede ser un epitafio perfecto para no olvidarla:
“He pasado por esta vida sin artilugios ni lentejuelas ni fanfarreas, porque no me gusta eso para nada. Si alguien no lo cree así, yo sí me lo creo. Que recuerden a la amiga, a esa persona que se acercó en un momento determinado y pudo ayudarlos. Así, sencillamente”.