Sospecho que haber contado en el texto Tiempo de soles rotos la influencia que ejerció en mí la novela Gringo viejo, del mexicano Carlos Fuentes, Premio Cervantes de Literatura, motivó en buena parte el hecho de que yo recibiera el Premio Internacional de Autobiografía y Biografía 2021 en la Patria de Benito Juárez.
Por influencias de maestros como Alejo Carpentier y otros grandes de la narrativa latinoamericana y por esas cosas inexplicables de la imaginación literaria, un día decidí que el protagonista de mi novela Caballo de Batalla sería un general de las tropas villistas del general Tomás Arroyo, coprotagonista de la mencionada novela de Fuentes.
En conversación posterior con Ricardo Gutiérrez, organizador del premio, le confesaba cuán cercano me sentía a otros autores mexicanos (de Rulfo y del poeta Efraín Huerta más que del propio Fuentes) y cómo me parecía especialmente estupenda y lúcida la idea de que Cuba dedicara a México la XXX Feria Internacional del Libro.
En un comentario de apenas unas pocas líneas resulta imposible narrar cuánto el lector y el escritor cubanos le deben, no solo a la histórica hermandad con este país, sino a su intensa y extensa cultura, que nos ha regalado nombres tan insignes como los de Diego Rivera, Frida Kahlo, José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas, Agustín Lara, Luis Buñuel, Cantinflas, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco…y no pare usted de contar.
Al dramaturgo Juan José Jordán le recordaba recientemente, a raíz de un hermoso y descarnado texto escrito por él acerca de su vida, la necesidad de que en este relato no pasara por alto la atinada influencia de Rulfo y su novela Pedro Páramo a la hora concebir la pieza dramática Cuando losmuertos hablan, páginas donde las resonancias rulfianas son aprovechadas de manera especialmente ingeniosas y profundas por JJJ.
Y es que México parece estar, y de hecho está, en no pocos espacios y proyecciones de la cultura cubana, trátese de sustantivos lienzos, murales, ensayos, películas, novelas… o de sencillos boleros, rancheras o de llorosos culebrones televisivos.
Nada parece disonante en esta relación de almas y pueblos, distintos, sí, pero unidos a la vez en un camino largo y duro de atravesar, donde las naciones del Tercer Mundo, de manera latismosa, suelen llevar la peor parte.
Seguramente la Feria del Libro en Artemisa tendrá un espacio para conversar sobre ese México lindo y leído, al que alguna vez calificaron como ¨pobre¨, por estar lejos de Dios y cerca de los Estados Unidos, y seguramente diversos títulos de sus autores llegarán a nuestras manos.
Pero de ¨pobre¨, nada. En México, desde tiempos precolombinos, se escribe una historia, en todos sus matices, donde el arte y la literatura destilan una fuerza con la que otras naciones (algunas del Primer Mundo, por cierto) jamás han contado.
De ese acervo riquísimo hemos bebido intensamente, y bebemos hoy en la frescura de una Feria que, a ritmo de libro y sabiduría, abre de par en par los brazos a esos cuates vecinos que nunca nos defraudaron…y ahora menos.