Cuenta Lidia que su nieto Kevin Alberto, entonces de cuatro años de edad, metió un gatico en su cama y, cuando los padres del pequeño decidieron llevarse al diminuto felino, el llanto y la ira lo pusieron morado.
Después de la partida del gato, se hizo de una jicotea y más tarde de un perrito perdiguero que, por desgracia, murió envenenado al tragarse un alacrán.
Haber descubierto el instrumental de trabajo de su abuelo paterno Alberto, un conocido veterinario, despertó en Kevin Alberto García Guerra sus fantasías en cuanto a lo mucho que podía hacer para salvar la vida de los animales.
En ese amor inmenso, florecía dentro del alma del pequeño una vocación por la veterinaria y la naturaleza que lo acompañaría hasta el día de hoy, bajo la tutela de Lidia Lemos Fonseca, antigua enfermera intensivista y maestra de la Cruz Roja, a quien un accidente de tránsito llevó a retirarse cuando residía en San Miguel del Padrón.
Kevin Alberto es estudiante de noveno grado en la secundaria Carlos Gutiérrez Menoyo, y muy pronto de Veterinaria en el politécnico Cosmonauta Yuri Gagarin, mientras su hermano Víctor Jonathan comenzará la Licenciatura en Cultura Física en la capital artemiseña.
Lidia vive en Caimito desde hace cuatro años, cuando asumió la tutela de Kevin Alberto y su hermano, tras la partida definitiva al extranjero de la madre de los muchachos y la residencia del padre de estos en Cabañas, Mariel.
Aunque muy limitada en su capacidad de locomoción, asume plenamente su condición de segunda madre y no le pesa haber asumido semejante responsabilidad, pues califica a sus nietos como “niños de oro, muchachos muy bien criados, que no fuman, no salen de noche, son sanos”.
Pese al entusiasmo de Lidia, miro su costoso andar e imagino que su vida debe ser doblemente dura, al compararla con quienes andamos perfectamente sobre nuestros pies.
Lidia habla con entusiasmo de personas como la maestra Moraima Ávila Figueroa, quien solía acompañar cada investigación de su nieto sobre el medio ambiente.
Y Kevin relata cómo no ha dejado de estudiar los enormes misterios del fondo marino, la contaminación sonora, ambiental y de las aguas en Caimito, o los cientos de virus que anidan en animales y atacan al hombre.
Por si no le bastara, tiene notables habilidades para pintura y cocina. “Siempre le están pidiendo que pinte las cosas más increíbles, y en la cocina no es segundo de nadie”, asegura Lidia con orgullo.
Viendo las contribuciones de esta mujer en la formación y cuidado de sus nietos, no puedo sino evocar los derechos que, en el proyecto de nuevo Código de las Familias, han merecido los abuelos, prueba de cuánto valen para la sociedad cubana contemporánea y cuánto el Estado respeta su papel en el entorno familiar.
“No hay nada como los nietos. Uno quiere mucho a los hijos, pero cuando llegan los nietos estás mejor preparada para atenderlos; tienes más madurez, responsabilidad y sensibilidad. A veces impones cierta fuerza a los hijos; sin embargo, con los nietos hay una comunicación más fluida y hermosa. Eso creo yo”, asegura Lidia.
Además de querer a los animales y pintar sobre cartulina, a Kevin le gusta subir montañas, coleccionar caracoles…y pedirle responsabilidad a esos que contaminan, vierten desechos o ejecutan obras “hidráulicas” en beneficio particular, sin saber en verdad cómo se realizan para no contaminar. En cada una de estas investigaciones lo asiste el apoyo total de su abuela.
Pese a sus limitaciones, Lidia se ha convertido en el centro de una familia de jóvenes cubanos. Ha nucleado en torno a ella a dos seres que mucho aportarán a su país. Son ellos tres el ejemplo de que en Cuba más de una variante de familia puede ser posible…y puede ser también exitosa.