En uno de los tres documentales que hablan sobre la obra y la vida del pintor Ángel Silvestre Díaz Morales (Guayabal, 5 de marzo de 1951), el creador bautense Karoll William Pérez Zambrano lo definió como “un blanco que pinta como un negro”.
No es menos cierto que las mulatas, negras despampanantes y atrevidas en el universo afro, con sus mitos y dioses, han desvelado siempre la inspiración creadora de Ángel Silvestre, pero las musas de este coterráneo abarcan mucho más, se aventuran por caminos infinitos, a los cuales suele arribar de modo tempestuoso, al punto de contar por miles las piezas que ha aportado a su currículum, sobre todo a la cultura de su terruño y nación.
Silvestre, también con una fina mano para el dibujo, ha explorado universos tan distintos y jugosos como el erotismo, la migración familiar, el exilio, la poesía, el amor, el paisaje, la mujer… y no solo los ha aprovechado en su bien, sino que los ha compartido generosamente a través de donaciones a escuelas, bibliotecas, casas de cultura, concursos, amigos e instituciones diversas.
Cualquiera de esos mundos ya mencionados o la áspera y entrañable realidad de cada día, lo tientan a tomar el pincel y, durante largas horas, dejar sobre el lienzo, la cartulina, o cualquier soporte que se le ponga a mano, su inagotable poder de fabulación.
Con más de 300 exposiciones personales y colectivas a cuestas, en la isla y el extranjero, y con obras desperdigadas por sitios tan diferentes como Bahamas, Estados Unidos, España y Angola, el pintor Silvestre, o Pupi, como bien se le conoce en su pueblo natal, recuerda que su maestro Ricardo Gómez Amador, un pintor cubanoamericano asentado en las afueras de Guayabal desde la década del 50 del pasado siglo, lo impulsó, desde los nueve años, por un sendero del cual se apartó para servir largamente en los ámbitos de la construcción y la economía.
Pero una mañana de 1999, el artista que siempre llevó dentro, saltó definitivamente hacia el centro de la luz para ya nunca más ocultarse.
Entre las exposiciones más significativas de este creador, también maestro de artes plásticas para jóvenes talentos, se encuentra La musicanga y la muy polémica La forma de las cosas que vendrán, ambas realizadas en colaboración con lo que más valía y brillaba en el ámbito de la plástica bautense, sin dejar de mencionar sus incontables aportes para el evento lírico Botella al Mar, capitaneado por el poeta Jesús Sama Pacheco.
Silvestre, hombre también de pistola y fusil en tierras angolanas, es un referente de constancia y superación personal. Sintió que era artista hasta el fondo de su corazón y al arte se entregó en cuerpo y alma, sin tomar en cuenta los riesgos, ni las altas y bajas, que sobre todo, siempre suele tener el mercado del arte.
“Ningún pintor en Cuba trabaja tanto como Silvestre”, han dicho creadores tan respetables como Juan Carlos Muñoz (El Taco) y Adrián Infante. Puede cualquiera sumarse a este criterio y no andará desencaminado.
A sus 74 años, enamorado siempre del optimismo, orgulloso de sus raíces caimitenses, grabado para siempre con una bella obra en la pared del parque más céntrico de Caimito, Silvestre bien puede decir como el filósofo y novelista francés Jean-Paul Sartre: “Hemos vivido. No hay nada que lamentar”.

