Una de mis últimas alusiones a Fidel la realicé en el mes de agosto más reciente, cuando en un artículo de la página cultural recordé el aniversario 25 del nacimiento del Sistema de Ediciones Territoriales (SET), idea del autor de La Historia me absolverá, la cual permitió el surgimiento y desarrollo de la obra de incontables autores del patio, entre ellos el redactor de estas líneas.
Un poco más acá en el tiempo, evoqué cuánto se involucró en el desarrollo agrícola y ganadero, al punto de conversar largas horas para obtener conocimientos sobre la materia, en pleno campo, sin ningún protocolo, durante días enteros, con los mejores virtuosos en la producción de la tierra, pues estaba convencido de que el suelo cubano, precisamente, podía aportar millones de toneladas de alimentos.
Recuerdo que mientras ocupé la dirección de la Comisión Aponte de la Uneac en Artemisa, para la lucha contra el racismo, sonaba a cada rato en mi cabeza el gesto sin dobleces de Fidel cuando, en el V Congreso de la Uneac, decidió tomar el toro por los cuernos, tras escuchar a un numeroso grupo de valiosos artistas y escritores pronunciarse sobre la persistencia de los males del racismo entre nosotros.
Consciente de que África forma parte imprescindible de nuestra identidad, cultura y glorias combativas contra el colonialismo y neocolonialismo, dentro y fuera del país y, por tanto, era imposible en una Revolución verdadera violar el principio martiano de implantar la igualdad y la justicia entre todas las razas, Fidel invitó a actuar de inmediato, y de manera firme, contra este flagelo tan miserable.
Yo vuelvo a recordarlo ahora en estos tres acontecimientos. Otros lo han recordado en medio de ciclones como el Flora, cuando la furia de las aguas y los vientos casi le arranca la vida, pero no logró privarlo de su condición de arriesgado guía, en un instante en que la zona oriental pagaba una altísima cuota de pérdidas en recursos naturales y vidas humanas.
En uno de los tantos documentales que, para bien o para mal, dedicaron al líder histórico de la Revolución Cubana, el laureado novelista colombiano Gabriel García Márquez aseguraba que, hasta después de muerto, los enemigos de Fidel no dejarían de recordarlo.
Y esto sucede porque su nombre llena todo un siglo, lo vuelve un referente constante en América Latina y el Tercer Mundo, una alusión permanente de que el paso del tiempo no parece apagar en ninguna circunstancia, sino que se aviva y vuelve al centro de la polémica, cuando en este o aquel contexto falla la sensibilidad.
No está presente Fidel desde el 25 de noviembre de 2016. No obstante a su ausencia física, lo seguirán citando. Será inevitable que lo hagan los seres de pueblo. Será inevitable que sea el espejo donde deban mirarse muchos. No será imprescindible ni aconsejable copiarlo exactamente, sino entenderlo. Saber, tal como dijo, que de nosotros, y no de nadie, depende el destino de esta nación caribeña, cargada de talentos y fuerzas inagotables para formar científicos, médicos, deportistas, escritores, artistas, mujeres con ancha capacidad creadora…, pero expuesta a más de un peligro.
El líder que partió a otro mundo hace ya nueve años, aún tiene muchas cosas que decirnos a quienes hoy continuamos respirando en este.



