Si no hubiera descubierto la profunda vocación de escritor que llevaba dentro, tal vez Pedro Bernabé Lorenzo Gómez (Sancti Spíritus, 11 de junio de 1945) ya no existiría en este mundo.
Oscuros obstáculos y vicios letales se habían interpuesto en el camino del otrora flamante teniente coronel de las FAR y combatiente de Playa Girón. Pero ahí estaba la literatura para salvarlo, para sacarle del alma historias inteligentes, patrióticas y risueñas, capaces de conmover a lectores de cualquier edad.
Debutó editorialmente con Los trillos de la memoria, un libro de testimonio capaz de contar de modo diferente, sin demasiada carga de heroicidades, la epopeya de la Lucha contra bandidos en el Escambray, y cargó con los lectores hacia la risa más plena en Don Chivote de las Manchas y La laguna de los sustos, un par de cuadernos de relatos que han sido disfrutados por niños y adultos, como solo puede pasar con las buenas obras literarias.
A estos títulos sumaría Artemiseños en Girón, un repaso minucioso a la presencia decisiva de nuestros coterráneos en las arenas de la histórica batalla al sur de Matanzas, y Cuentos crueles, un cuaderno que lo haría (y nos haría) sufrir hasta lo indecible, pues el maltrato animal, tema protagónico de este conjunto de relatos, despierta en el corazón la misma dosis de rabia que de tristeza.
Ser parte de varias antologías ha sido disfrutado por Lorenzo, aunque tal vez ninguna le haya regalado tantas alegrías como la nombrada Caimito mágico, prueba de cuánta riqueza histórica y cultural se halla en ese municipio donde reside.
Muchas veces le he confesado a Lorenzo, también amigo especialmente generoso, ya plantado frescamente en los 80, con bastón de Quijote siempre a mano, que de haber descubierto su vocación de escritor hace 40 años, hoy tendría uno de los currículums más brillantes de la literatura cubana.
No le miento. Creo lo que le afirmo al llamado Hombre Cuento o El Fecundo Lorenzo, capaz de escribirle una historia lo mismo a un guajiro que a un perro, a un héroe de primera línea que a un hombre común.
Solo un escritor de raza se toma tan a pecho la escritura literaria como lo hace este autor, para salvarse y salvar a muchos de los mortales que andamos por estas tierras de tantos desasosiegos y tanto amor.


