A sus 98 años, las frutas no han dejado de cautivar a mi amigo el periodista y escritor Jorge Velázquez Ramallo. Lo escucho hablar, sobre todo, acerca de sus incontables aventuras en los campos de su tierra natal y de cuánto le fascinan el mango, el plátano, la chirimoya y la frutabomba.
Le gustan tanto, que hace mil maromas con la escasa pensión que recibe para comprarse algún sabroso ejemplar de esta última. Pero de nada le vale el sacrificio, porque algo, quizás peor que la estrechez de dinero, viene a echar su sueño por tierra: las frutabombas han sido puestas a madurar de manera forzada y venenosa, bajo el efecto del ethephon, un compuesto orgánico fosforado que acelera la maduración del producto.
Cuando me cuenta su decepción, el verbo de Velázquez, además de molesto, es preciso: “se ven maduras, amarillitas, lindísimas a la vista, pero cuando las tocas descubres que son un palo”. Y muy cierto es. Sólo es apariencia atractiva y engaño total.
El efecto del etephon trasmite una imagen de sabrosa belleza que es pura y venenosa estafa, una estafa que a Velázquez y a otros muchos seres humanos les impide sentarse a saborear a plenitud lo que, de manera tan natural y libre de sustancias químicas, ha brotado de la tierra para disfrute de las personas de todo el planeta.
A los vendedores no les basta que una frutabomba al natural cueste una fortuna. La frutabomba de “palo” no cuesta menos y es pura destrucción para el organismo humano.
Del plátano, rico en potasio, ni se diga. Katy, la esposa de Velázquez, debe consumirlo asiduamente por problemas de salud. Pero resulta que demasiados bananos, no por obra y gracia de la naturaleza pura, suelen pasar de verdes a semimaduros y, en un abrir y cerrar de ojos, a podridos. Una muy sospechosa forma de madurarse esta fruta.
A golpes de pura química, anda el viaje de muchas frutas en incontables puestos de venta, a lo cual podría sumarse el consumo desenfrenado de los llamados refrescos de paquetico, una opción ante la ausencia o los precios imposibles de frutas y azúcar.
Ambas se han vuelto especialmente jíbaras y por este motivo el cubano ha debido aumentar el consumo de estos, verdadero demonio para el organismo humano. Un cólico nefrítico reciente, resultado de su excesivo consumo, me vino a confirmar las dimensiones de su daño.
Mi amigo y vecino Rigoberto, al descubrir que entre sus componentes se halla el titanio, me aseguró espantado: “no, que va, nunca más me tomo uno de esos refrescos”. Y en esa tarea de rechazo total anda enfrascado El Rigo desde hace varios meses.
En un país tan caluroso y repleto de frutas maravillosas y refrescantes, nada tiene de maravilloso consumir el veneno demoníaco con que negociantes inescrupulosos las llenan de mentiras y peligros contra los seres humanos.