El 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes daría un grito de independencia que acompañaría a los libertadores y patriotas cubanos a lo largo de los siglos.
Sin embargo, es menos conocido el hecho de que el 7 de octubre, pero de 1886, se declaró el fin de la esclavitud en la Mayor de Las Antillas, al que mucho contribuyeron los sucesos que tuvieron lugar a partir de la insurrección en La Demajagua y en los campos de batalla de Oriente a Occidente.
Hace algunos días tuvimos la suerte de volver, a través de la novela Robaron mi cuerpo negro, de Rodolfo Alpízar, a ese tiempo en que la abolición de la vergonzosa esclavitud e independencia nuestra eran sueños hermosos, imposibles de cuajar en el país al que los confiados déspotas españoles llamaban «la siempre fiel isla de Cuba».
La oportunidad de pasar puertas adentro de esta magnífica obra, publicada por Letras Cubanas, la tuvimos gracias al Panel Cultura e Identidad del evento Timbalaye, en la biblioteca municipal Antonio Maceo, en Bauta, coauspiciado por la Comisión Aponte de la Uneac y la Casa de Cultura Mirta Aguirre.
De labios del poeta y narrador Osvaldo de la Caridad Padrón, brotó el análisis de un momento de rebelión en el ingenio Triunvirato, en 1843, en Matanzas, con una recia mujer esclava al frente de este: Fermina, antigua princesa de una tierra africana de donde la arrancaron a la fuerza, guerrera y dueña de una potente psicología, de un valor incalculable y de una mirada que podía dejar petrificado a cualquiera de sus enemigos.
Padrón lamentó la escasa valoración crítica de esta novela histórica tan singular e impactante, a pesar de constituir un retrato extraordinario de lo que fue el flagelo de la esclavitud en Cuba y llamó la atención sobre la no visibilidad histórica de un personaje tan real y valioso como Fermina, recuperado gracias a la novela de Alpízar.
Al referirse a una novela fundamental sobre la esclavitud y las rebeliones contra ella, El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, el narrador Miguel Terry Valdespino destacó el significado de la Revolución Haitiana para el continente, al ser la primera gesta liberadora al sur del río Bravo y cómo Carpentier exprimió a través de ella los zumos de lo Real Maravilloso y de una realidad que, después del triunfo contra los colonialistas franceses, no aportó a las clases desposeídas ni a los antiguos esclavos, la libertad y prosperidad que tanto anhelaban.
Emilio Soto, presidente de la Comisión Aponte de la Uneac en Artemisa, ponderó el valor de ambas novelas y recomendó su lectura, además de referirse a los cantos congos en la rumba y recordar que esta expresión musical es esencialmente popular, un canto alegre que muchas veces tiene toques de humor.
La promotora y poeta Ana Margarita Ibáñez y las coreografías de esencia afrocubana del grupo Yordance, acompañaron a este panel que, en una sostenida y profunda mirada a dos novelas de alto calibre contra la esclavitud, vinieron a recordarnos por qué es imprescindible para todos los cubanos dignos que dos fechas de octubre se encuentren siempre en un pedazo privilegiado de nuestra memoria.


