No me gusta echar campanas al vuelo antes de tiempo, ni crear falsas expectativas; pero tampoco me gustar ver imposibles y recostarme a las dudas pesimistas cuando tanto –y tan bien– se ha trabajado para convertir en luz lo que ya era casi cenizas.
La antigua librería Los Pinos Nuevos, en Caimito, semejaba un cadáver inmobiliario, un obsoleto depósito de cientos de ejemplares en peligro, los cuales, por su inmenso valor, merecían un local, una imagen y unos estantes más confortables y vistosos, dignos de esa maravilla que los hombres y la imprenta convirtieron en uno de los más grandes acontecimientos de la historia humana.
Pensando que nada en la vida debe seguir un rígido esquema, y tomando en cuenta realidades económicas y sociales de imposible evasión, la Empresa Comercializadora del Libro en Artemisa, encabezada por su director, Julio César Llópiz, mano a mano con el Fondo de Bienes Culturales en la provincia, decidió cambiar radicalmente la situación calamitosa de este importante inmueble, situado en el centro del casco urbano caimitense.
La librería Los Pinos Nuevos ya daba gritos de auxilio, decenas y decenas de libros habían sucumbido bajo el efecto de la humedad y otros iban a terminar con el mismo triste destino; pero con una labor constructiva muy persistente por parte de dos seres en especial: Milay Sierra Castillo y José Enrique Mena Prieto, la librería transformó su grito de dolor en un canto de alegría.

Fueron meses con jornadas de intenso trabajo. Jornadas que abarcaron la reparación de paredes con repello envejecido, de un techo dañado sobremanera y de un sistema eléctrico en crisis, hasta conseguir el sueño que pretendían hacer realidad no solo Milay y José Enrique, sino muchos comprometidos con salvar la librería.

Finalmente, La Pinos Nuevos acabó por convertirse en un verdadero regalo para el pueblo caimitense, no importa que, a partir de ahora, comparta espacio con producciones provenientes del mundo de la artesanía, pues estas obras son piezas de creadores con muy certera mano y con notable prestigio.
Y si es un regalo para el público lector, también lo es, en gran medida, para los escritores de un municipio que, en el espacio de la Ciudad Letrada, llevan en el presente la voz cantante entre todos los creadores caimitenses y entre todos los escritores de la provincia.
Milay, quien a lo largo de toda su vida se desempeñó como laboratorista, trabajadora sindical y hoy resalta como artesana en la especialidad de muñequería, y José Enrique, especialista en medicina deportiva y una suerte de utilísimo multioficio, llevan 35 años unidos en matrimonio.
Ambos pueden hoy contemplar gustosos el fruto de su esfuerzo, un fruto que todos podrán saborear en breve, pues la pintura y una oferta variada en los estantes no van a demorarse.
Respeto sobremanera el criterio de aquellos con cierta reticencia, ante estos cambios aplicados al modo clásico de entender las librerías, lugar donde solo se ofertaban los más diversos títulos y nada más, modo que perduró felizmente durante varios siglos.
Pero en el presente cubano estos cambios resultan imprescindibles, porque son una manera de que, tal como ya sucedió tristemente en la librería Los Pinos Nuevos, no se pierdan cientos de ejemplares ante el poder destructor de la humedad y la lluvia.
La Empresa Comercializadora del Libro en Artemisa había logrado realizar este tipo de transformaciones en las librerías El Cucalambé, en Bauta, y Fiallo y Punto, en San Antonio de los Baños, y fundar la imprenta Graficolor para ofrecer diversos servicios, también en el municipio de Bauta.
En Caimito, después de tantas horas y días de intenso sudor derramado en un proyecto que sienten muy suyo, es imposible que, a tono con este 26 de Julio, la librería Los Pinos Nuevos, trocada en artebrería, no sea, por fin, la nueva joya que todos los lectores, escritores y lugareños soñamos.