“El tiempo, el implacable, el que pasó”, como cantaba Pablo, nos pone de pronto en el instante al que nunca quisimos arribar.
Pero, después de todo, tuvimos la suerte de hacerlo con algo de belleza y dignidad, pues decidimos creernos a pie juntillas que llegar a los 60, a los largos o cortos 60, según se mire con ojos más o menos piadosos esta cifra, fue sin dudas una proeza, un milagro no dado a muchos contemporáneos y seres más jóvenes que hoy duermen el sueño eterno y ya de su memoria no va quedando ni el polvo.
La escritora que llega a los 60 tiene el nombre de la mulata más conflictiva de la historia literaria de Cuba, manzana de la discordia disputada a punta de cuchillo en una novela de altos quilates escrita por un artemiseño.
Pero esta Cecilia Valdés actual solo repite el nombre glorioso de su antecesora, tal vez regalo de sus ancestros mulatos.
Mucho que ver esta Cecilia con los libros, la poesía y el mestizaje; pero nada que ver con los cuchillos… ni siquiera en la cocina.
Cecilia Valdés Sagué, la mujer que parece haber leído a todos los escritores del universo, llega a los 60. Contra vientos y mareas redoblado, contra tsunamis si he de ser justo.
Llega a la edad en que seguimos negando llevar un viejo dentro, porque no, porque no queremos, porque la vida -la única que tendremos si Dios no decide otra cosa- hasta el pitazo final es partido, y en su minuto 40, 60, o 90, valen por igual los goles que anotemos, en carrera veloz o a pasos más lentos.
Me une a esta mujer, además de una amistad inquebrantable, la afinidad por la gracia de los libros. O quizás la afinidad por los mismos libros y los grandes poetas de la lengua: Quevedo, Lope de Vega, Góngora, Machado, Juan Ramón, Lorca, Miguel Hernández, Alberti, Vallejo, Neruda, Ángel Escobar, Sabina, Serrat, Facundo Cabral…
A muchos de ellos los cita de memoria. Yo también. A muchos de ellos les sabe vida y milagro. Yo también. A todos los recomienda como el tesoro inmenso que son. Definitivamente, y con perdón de nuestro entrañable maestro, amigo y esposo Evelio Sánchez
Zayas, si algún hombre se pintaba solo para encarar estas Palabrejitas tan especiales, diferentes de todas, era este humilde servidor.
Me doy por muy agradecido ante tan abrumador privilegio puesto en mis manos por los mismos que han compartido con ella los sueños más hermosos de esta casa de cultura que, de su mano firme y generosa, vibró con más energías que nunca y sembró como palma la idea de que, infinitos amaneceres, son posibles cuando ya todo parece imposible y el amor pudiera rendirse con bandera blanca en batalla tristemente perdida.
Llegó a 60 nuestra Cecilia, llegó crepitante y pletórica de sol. Llegó por sus pies, entera y vital, dispuesta con 60 o 90 a seguir jugando, a estar enteramente viva hasta el pitazo final del partido