No hace mucho tiempo reconocí, desde estas mismas páginas, la impronta avasalladora de las mujeres en el universo de la literatura escrita en la provincia de Artemisa, donde han tomado las riendas del papel protagónico y no se les ve intención alguna de soltarlas.
No hace mucho tampoco que el poeta Evasio Pérez echara sus ojos a rastrear el mundo, para acabar escribiendo su segundo sonetario: Grita, mujer, que estás viva, después de haber descubierto, con no poco espanto, que en ciertas regiones y “culturas” del planeta, en pleno siglo XXI, una mujer puede acabar en la cárcel por el “delito terrible” de tocarle el hombro a un policía, o ser violada porque su impactante belleza desató los demonios de un “inocente violador”.
Son apenas un par de aberraciones contra la mujer, pues castigos peores pueden esperarle en sitios, donde la civilización parece no haber estado nunca.
Por eso sentí honda dicha al escribir de mujeres soñadoras y felices en medio de tiempos duros, mientras el gran Evasio quedaba frente al desolador panorama de mujeres que no disfrutaban, ni siquiera de las primeras sílabas de palabras como Libertad o Respeto.
Pero al cabo, los dos escritores entendemos que la emancipación de unas está pendiente en las otras, que el sol libertario de las primeras no cuenta todavía con rayos suficientes para bañar ese mundo donde la mujer, como la Santa Sofía de la Piedad en el Macondo garcimarquiano, parecen más un fantasma que una persona.
Esas no son cubanas, cantaría con su gracia arrolladora Ignacio Piñeiro, pues tienen las nuestras más de leonas que de corderas, más de farol que de tinieblas, más de huracán que de ventorrillo, pues por sus ojos se asoman impetuosos la historia y el futuro y un deseo de pelear por la vida que no terminará nunca.
Corren tiempos brutales. Se hace fuerte la desesperanza y suenan los tambores de la guerra más alto que de costumbre. Los hombres, como siempre, ponen la parte más absurda y desatinada de sus ambiciones. Las mujeres, también como siempre, quedan para salvarnos y salvar un planeta que ya no soporta una cuchillada más.
La Patria sabe que se levanta o se cae con la mujer. Lo sabe desde el Bayamo insurgente con sus mujeres mambisas, con esas que al sentir de la Patria el grito, “todo lo quemaban y todo lo dejaban porque era su lema y su religión”, según ese bardo exquisito nombrado Sindo Garay.
Pero también sabe la Patria que hasta Bayamo y después a Cuba entera, llegó el legado glorioso de la mujer indígena y negra, que muy pronto quedaron convencidas de cuánto habría que luchar contra las gruesas cadenas del horror imperial.
De allá, de tan fino y corajudo antecedente, le vino la gracia a esa mujer que ahora mismo, este 8 de marzo y todos los días de su respirar, empuja a un país, y lo empuja cuesta arriba contra más de un huracán.