El deteriorado inmueble que acoge a la librería Los Pinos Nuevos, en Caimito, no pudo evitar que, al paso devastador del ciclón Rafael, muchos de sus libros quedaran empapados en agua y listos para ser desechados.
Es una realidad muy triste, sobre todo para aquellos seres que, desde nuestra niñez, disfrutamos de cientos de títulos puestos a la venta en esta librería.
Sin dudar un segundo, me atrevería a decir que en mi formación literaria y humana, gracias a la lúcida visión de mis padres, los ejemplares adquiridos en Los Pinos Nuevos formaron parte del mejor trigo espiritual de mi vida.
Pero hoy se impone otra realidad, marcada por una dura situación económica, donde existen mucho menos recursos disponibles, pero está la obligación de encontrar soluciones para un objeto tan valioso como el libro, y esa solución –aunque algunos la rechacen de plano- parece estar en una suerte de combinación entre librería y centro de venta de artesanía, nombrado Artebrerías.
A fines del año pasado, Bauta había inaugurado este tipo de instalación, donde el espacio físico de la antigua librería, muy deteriorado por largo tiempo, se había compartido con variadas y bellas artesanías y textiles, de un lado, y por estantes de libros, en el otro.
Pienso que fue una decisión inteligente, para no perder, con los brazos cruzados, libros a granel por andar aferrados a viejas formas de pensar y de establecer las reglas y los límites de lo que puede ser o no una librería.
Aferrarse a lo “clásico” no iba reportarle una suerte digna a los ejemplares que ahora yacen ubicados en estantes bien protegidos bajo un techo seguro, sin espacio para que las destructivas lluvias o humedades acumuladas destrocen lo que tanto trabajo costó y tanto conocimiento acumula.
Es una opción nada desaprovechable el hecho de que el sector estatal, representando a las librerías, y el privado, representando a los artesanos, pueda fundirse en proyectos en los cuales las dos partes salgan ganando.
Sucedió en Bauta y va camino a suceder en Caimito. Salvar será siempre una opción mejor que perder. Y, de paso, ganan los lectores y los amantes de la buena artesanía que, en ambos casos, no son pocos cubanos.