El deprimente espectáculo de toneladas de basura tiradas en cualquier calle, aunque ya es habitual, parece seguir creciendo hasta límites tan preocupantes como insospechables.
Muy cerca del lugar donde resido en la avenida 47, detrás del Estadio de béisbol José Ignacio Chiu, en Caimito, el basurero inicial dio paso a un basurero muchísimo mayor, verdaderamente escalofriante, ante el cual los transeúntes no dejan de preguntarse:
¨¿Y cómo se llegó a este desastre?¨
Es que el primer cubo de basura, el primer saco, el primer animal muerto siempre ceden el paso a un verdadero pandemónium que nadie parece atajar y que, en casos como los de la calle 142, en Bauta, terminan por cubrir un pedazo muy significativo del pavimento, al punto de impedir el paso de cualquier vehículo grande o pequeño.
Los basureros están haciendo su agosto, incluso en calles y avenidas importantes de ciudades como La Habana, cuyo hermoso rostro se ha visto dañado, no solo por evidentes calamidades constructivas regaladas por el paso implacable del tiempo, sino por agresivos basureros que hablan elocuentemente—mal que nos pese— sobre quiénes somos en realidad.
Puede que quienes lean este comentario evoquen las carencias de recursos y combustible que hoy enfrentamos, pero más que de lamentos, se trata de voltear los ojos hacia esas ciudades y pueblos de Cuba donde la basura no ha podido triunfar nunca, para preguntarle a los que allí dirigen o simplemente residen: “¿por qué la basura no ha podido vencerlos a ustedes?, ¿por qué ustedes sí conservan un entorno higienizado?”
No sería nada ocioso mirar el buen quehacer de nuestros coterráneos. A fin de cuentas, somos un todo, una sola nación que ha sabido unirse con certeza en más de un momento de alta complejidad histórica o social. Se ha luchado contra obstáculos más fuertes que la basura y se han obtenido éxitos innegables.
Por tanto, no es justo que nuestros pueblos y ciudades continúen exhibiendo este rostro sucio, descorazonador, abandonado, que ya supera notablemente las posibilidades de maniobra de los trabajadores de Comunales, a quienes he visto —justo es escribirlo— enfrentar titánicamente la limpieza del basurero que tan cerca de mi residencia tengo…y sufro, por supuesto.
Cuando se habla de basureros, no solo se trata de la pésima imagen y la fetidez que regalan a todos, sino de que significa un serio reto para la salud humana, castigada ya de por sí, por innumerables carencias de medios sanitarios. La higiene —no lo pasemos nunca por alto— es una prueba de civilización. La falta de ella es una prueba de barbarie.
Resolver hoy el problema de los basureros indiscriminados es una tarea impostergable. Definitivamente hay que pensar y pensar, para acabar de deshacer los entuertos de esta asignatura pendiente. Pero hay que solucionar el problema. No hay otro camino.