En el mundo, por desgracia, hay muchas malas personas; pero quiero creer que la cifra de buenas en nuestro planeta es inmensamente superior. Son esas criaturas que deseamos tener como amigos, familiares, maestros, vecinos, compañeros de trabajo… Son también esos seres que deseamos encontrar en cada uno de los lugares a donde concurrimos para recibir un servicio, sea un hospital, una cafetería, una óptica, una terminal de ómnibus, una librería, un taller de reparaciones…
Sin embargo, es triste cuando nos encontramos la cara inversa de esta medalla y vemos cómo nuestra gestión y nuestro día acaban zambullidos en una tanqueta de desidia y maltratos.
Muchas veces nos ha sucedido. Y es doloroso. Pero, de un tiempo a esta parte, ha ganado peligrosa y especial fuerza una frase que surge cuando el afectado abre la boca para emitir una legítima queja: “es que no hay nadie más para ese puesto”.
Es decir, te ganas todo el derecho del mundo a ejercer el más libre maltrato a partir de que tu puesto de servicio, por disímiles causas, nadie quiere desempeñarlo, o lo hicieron trabajadores sin fijador. Por tanto, es un verdadero “lujo” que, al menos Pedro o María, lo hayan ocupado por un largo periodo de tiempo, a pesar de que ellos, además de ladrar, de puro milagro no muerden al prójimo.
Sabemos que la población cubana sufre un preocupante proceso de envejecimiento, que la emigración constante desangra la nación y deja sin relevo muchos de nuestros puestos de trabajo, y el sector privado tienta especialmente las pre- tensiones de la fuerza laboral más energizada. Es una verdad innegable. Sin embargo, por ley de la naturaleza, no somos imprescindibles ni eternos, aunque a veces deseamos que cierta gente valiosa lo sea.
No. Cuando ya no estemos, estarán otros. Mejores o peores, pero estarán y deberán responder por sus actos. Permitir que alguien maltrate, ofenda, actúe sin responsabilidad en su puesto de labor por el hecho de que “nadie quiere ese puesto y es una bendición, después de todo, tener a Fulano o Mengana en este”, es un flaco favor que se hace y nos hace el dueño de semejante criterio.
Nadie debe permitir que “pasen carretas y carretones”, como aseguraba una vieja y sabia frase, porque el indolente y maltratador bajo su mando no tenga sustituto y no quede otro remedio que hacer de tripas corazón y tragárselo como amargo sapo. No. Definitivamente los tiempos pueden ser muy complicados a la hora de encontrar al ser adecuado para que sirva como se debe. Pero si no vas a servirle bien a tus semejantes, entonces mejor toma la puerta de la calle y no vuelvas ni en broma. Todos te lo van a agradecer seguramente.