Corría 1992, tal vez el año más duro de toda mi vida. Un año muy difícil también para toda mi familia y en especial para mi hermana María del Carmen, afectada por serios problemas de salud, que la llevaron a permanecer durante varios meses en una sala de hospital. Trabajaba yo entonces en el periócico el habanero, donde había conocido a seres de extraordinaria calidad humana, entre ellos al fotorreportero José Meriño Céspedes, conocido por el sencillo sobrenombre de Tito, un hombre que con toda su familia terminaría por convertirse en parte de la mía propia.
Eran tiempos duros donde todo escaseaba y la luz al final del túnel parecía casi imposible. Sin embargo, como siempre sucede en estos casos, los amigos sinceros se muestran en toda su grandeza, tal como nos sucedió con Tito y su esposa Eva, quienes contribuyeron con sus humildes recursos y su vivienda como albergue; a volver menos dura nuestra obligada y larguísima estancia en la ciudad capital de Cuba.
Y el tiempo pasó y pasó. Los años fueron cayendo sobre nuestros huesos y sobre nuestra piel y un día recibí la impactante noticia de que, como consecuencia de sufrir insuficiencia renal, Tito debía someterse a un invasivo tratamiento que ya conocía desde que mi padre se enfrentó a eso sin ningún éxito: las hemodiálisis.
Reconozco que la noticia me impactó. Nada, ni fuera ni dentro de su cuerpo, indicaba que mi gran amigo padecía de algún problema de salud. Pero el problema estaba ahí. Y había que enfrentarlo con valentía.
Así lo ha asumido el hombre delgado, ágil y conversador que tengo delante, limpiando con esmero todos los equipos y medios para, en uno de los cuartos de su apartamento, llevar a cabo las diálisis que, dos veces al día, le toca encarar con higiene y precisión totales. Contemplo la escena de principio a fin. Las diálisis son menos complejas que las hemodiálisis, por suerte, pero son también una cruz que pesa demasiado.
Es admirable la valentía de este amigo, fotógrafo deportivo (y no deportivo) de primera, combatiente internacionalista en Angola, graduado de Periodismo en la Universidad de La Habana y, sobre todo, amigo de sus amigos, como decía de sí mismo el poeta Pablo Neruda.
Es admirable la valentía de este hombre, con el que tantas veces trabajé en todos los municipios de la antigua provincia de La Habana. Es hermoso que mi hermana María del Carmen esté pendiente de aquello que pueda necesitar para su exigente tratamiento. Lo que un día recibió de un gran amigo, incondicional hasta los tuétanos, ahora siente el placer de devolverlo a cambio de nada también.
Quien ve a José Tito Meriño recorrer en moto La Habana entera, cubrir eventos periodísticos, trabajar el día entero a todo tren, no puede imaginar el angustioso reto que enfrenta cada día. Mirándolo desde la puerta de su cuarto, mientras se sumergía en este desafío que la vida le ha puesto delante como la más dura de las piedras, pensé que mi amigo, mi hermano desde hace mucho, también decidió pintar su propia esperanza… y con colores más intensos que los míos o los de cualquier ser humano en plenitud de facultades.
Las mejores palabras sobre el sentido de su vida me las dijo él mismo: “Yo nunca me deprimo. No tengo tiempo para eso”. Los que a veces nos quejamos de cualquier cosa deberíamos, alguna que otra vez, mirarnos en este espejo.
Exelente crónica. Siempre hay ESPERANZA