A escasa media cuadra del lugar donde resido en Caimito, tuve la suerte de encontrarme en el camino con un gentil y locuaz ingeniero agrónomo panameño, de visita en Cuba tras recibir la invitación de un amigo cubano.
Según salió a relucir en la animada charla que tuvimos, quería conversar con algún colega acerca del universo agrícola nuestro, pues en Panamá ese es el oficio que con mucha pasión desempeña.
Confieso que no supe darle una respuesta exacta. Solo le di coordenadas que podían conducirlo a esos hombres y mujeres que cada día se afanan en tierras caimitenses, sembrando y cosechando los más diversos productos. Ellos se encargaríandeofrecerleunarespuestamáscertera.
Sin embargo, la respuesta que yo ignoraba la conocía muy bien el pintor Ángel Silvestre: “’La mulatona’ que dirige el organopónico al final de la calle de La Vereda es ingeniera agrónoma”.
Silvestre es un verdadero fanático de los vegetales y un asiduo comprador de cuanto se cosecha en este organopónico: col, lechuga, acelga, rábanos, berro, espinaca, habichuelas, tomates… Conversador incansable como es, logró saber lo que yo no, a pesar de haberme convertido en asiduo cliente del organopónico Hermanos Saíz.
La ingeniera se llama Rosa Campos Gómez, tiene 64 años y no responde a los patrones que uno imagina, erróneamente, acerca de una universitaria. No trabaja con ropas finas y a la sombra. Viste su traje de batalla, embarrado de sudor y tierra, y ella misma se encarga de la venta de los productos.
Dobla su cuerpo sobre los canteros y corta lo que el cliente le solicite. Ahora lo hace bajo el sol blando de los primeros meses del año, pero este rey generoso se pondrá brutal en breve. Vienen tiempos de agua y de temperaturas muy altas que duran largamente. En la batalla por producir hortalizas solo la acompaña su esposo Emilio Rodríguez, un veterano de 63 años que trabajó largamente como soldador, pailero y montador naval en el astillero de Cabañas, en Mariel; pero una operación a corazón abierto le impidió, de una vez y para siempre, volver a trabajar con electricidad.
Cuando en el año 2006 llegaron a este fragmento de tierra, la altura de la hierba los tapaba a los dos. El lugar no lo quería nadie. Pero no se amilanaron y fueron cambiando poco a poco un panorama verdaderamente desolador hasta convertirlo en un jugoso huerto.
De estas tierras se sirve hoy no solo el público habitual, sino también los comedores de escuelas, hogares de ancianos, hospitales maternos, el Minint, paladares y restoranes.
Una ganga en verdad cuestan los productos vendidos en este organopónico. Un mazo de acelgas puede adquirirse por 30 pesos, al igual que uno de lechuga, mientras que una libra de rábanos o espinacas puede salir en diez pesos.
Y lo mejor de todo: Rosa es especialmente generosa a la hora de definir mazos y libras, algo verdaderamente raro entre los vendedores cubanos de hoy, especialistas en hacer imponentes recortes en la balanza.
Aunque ha sido notable la cantidad de jornadas con temperaturas frías, Rosa las prefiere antes que a las de intenso calor, las cuales, de manera habitual, traen consigo lluvias y con ellas los abundantes hierbazales.
Rosa y Emilio reciben un magro salario de 2 500 pesos. Pero no se lamentan. No obstante, valdría la pena revisar este raquítico estímulo a su valiosa labor. Ambos agradecen a Janeivy Reyes Hernández, primera secretaria del Partido en Caimito, el hecho de que haya echado rodilla en tierra para que, luego de cuatro años sin recibir el servicio de agua, este retornara para beneficiar la producción del lugar.
Rosa y su esposo, son originarios de Cabañas y tienen un hijo. No solo trabajaron duro en otros oficios y territorios; siguen trabajando con la misma intensidad, a pesar de haber doblado la curva de los 60.
Al conversar con ellos uno siente que aún queda gente hermosa de corazón, capaz de conmover la más sincera de las escrituras periodísticas. A veces la verdadera gloria se oculta en los rostros más impensables que hallamos en el camino de la vida. En rostros como los de Rosa y Emilio, por supuesto.