Tantas veces se citan las mismas frases de Martí, los mismos textos, las mismas obras que, en lugar de creer que estamos ante la voluminosa creatividad de un escritor y patriota, capaz de llenar decenas de tomos, estamos ante un personaje de obra muy limitada.
Nada ganamos con asegurar que el Apóstol escribió miles de textos sobre política, literatura, arte, sociedad, historia, medicina, Latinoamérica, racismo, independencia, emigración, ética…, si de ellos apenas probamos un sorbo –y quizás ni un sorbo- mientras la mayor parte de su descomunal escritura continúa siéndonos desconocida.
Martí puede ser difícil en muchos de esos textos que nunca visitamos. Son temas complicados y entrarle a profundidad en el análisis no es cosa de coser y cantar, tanto como lo fue para el escriba que asumió la tarea de darle vida al artículo, la crónica o el ensayo como para el lector que intentará sacar sus propias conclusiones.
Sin embargo, anda briosa la escritura martiana bella y elocuente, clara y precisa, mágica y luminosa, apta para todos los que gustan y se conmueven con la sinceridad de las letras del periodismo y la literatura. Y anda con un increíble porte cinematográfico, a pesar de que algunos años quedaban para que, tras su muerte en Dos Ríos, en 1895, el cine tomara la fuerza definitiva que lo habría de acompañar hasta el presente.
Sí, Martí es un autor cinematográfico, aunque parezca un dislate. Lo contó ya el extinto crítico Rolando Pérez Betancourt, al recordar los detalles del juicio al traidor a la causa revolucionaria que condenan a muerte y que muere con toda la valentía del mundo, instante narrado por Martí de tal manera que no parece literatura, sino una película con todas las de la ley.
En ese sentido, sus Crónicas en Nueva York son insuperables, lo mismo cuando describe el lacrimógeno entierro de un matón del oeste convertido en héroe por la opinión pública y la prensa amarillista norteamericana, que cuando describe el terremoto de Charleston, en 1886, o la ejecución de un grupo de obreros tras los sucesos del 1 de Mayo de ese mismo año, en Chicago.
De las primeras de estas crónicas le he contado a mi hija María Fer- nanda, estudiante de Periodismo, mi deseo de realizar, de manera conjunta entre ambos, algún audiovisual inspirado en el artículo martiano Jesse James: gran bandido, que sirva no solo para explicar el porqué de la adoración del público nortea- mericano hacia un matón del oeste como Jesse, sino también la adora- ción enfermiza hacia otros matones que le siguieron en el tiempo, como los reales Bonnie y Clyde, Al Capone y John Dillinger, además de el increíble y farsante Rambo, criaturas de fuerte impacto y poder de seducción en la pantalla grande.
Junto con esas obras martianas que tanto se citan y recitan, otras son también dignas de mayor promoción, no solo en eventos y conferencias por motivo del natalicio o muerte del Apóstol, sino porque se inscriben en lo mejor del periodismo universal de todos los tiempos y son lecciones de humanismo y sinceridad verdaderamente insuperables.
Es apenas lo que voy a rememorar hoy, cuando debemos recordar que Martí, más que nacer un día 28 de enero, parece renacer en cada fecha del año, no solo cuando citamos frases, versos y obras conocidas, sino cuando abrimos nuevas páginas y descubrimos las tantas cosas que podemos encontrar en el hombre que sembró en nosotros la dimensión de la Patria, la belleza y la justicia por conquistar.