Comenzó como empiezan la mayoría de los basureros: en un lugar absolutamente limpio alguien dejó caer la primera jaba o el primer saco repleto de basura o inmundicia y después otros “embullados” decidieron hacer lo mismo.
Poco a poco, minuto a minuto, hora tras hora, el basurero fue creciendo y los trabajadores de Comunales, sin recursos apenas, tuvieron que encargarse de sanear el otrora limpio lugar; pero el sitio, definitivamente y por desgracia, estaba destinado a convertirse en un impresionante basurero.
Con escasos medios para enfrentar la labor de higiene, estos trabajadores no solo encontraban restos de fácil manipulación, sino también filosos trozos de metal, escombros de alguna obra constructiva y objetos desechables que pesaban como demonios.
En breve tiempo nadie podía parar el avance de la fetidez y la inmundicia, capaces de poner en solfa la condición humana del hombre.
Todo lo anteriormente narrado no responde a un lugar específico de mi municipio de residencia, de Artemisa o Cuba, sino a muchos espacios a todo lo largo y ancho del caimán antillano.
Es una verdad dolorosa y preocupante, y a mí me preocupa en especial por residir a escasa media cuadra de uno de estos basureros de crecimiento demencial, que ya no se limita a ocupar todo un costado de la Escuela Primaria Mártires del Cuartel Goicuría, sino que ha tomado por asalto el largo espacio situado al fondo del Estadio José Ignacio Chiu.
En este espacio laboró duramente Julito Núñez. Lo veía cada mañana, sin asomarse el sol todavía, enfrentarse a una limpieza que parecía no tener fin, pero que él asumía con un rigor absoluto. Si ante una ausencia temporal de Julito escribí que se le extrañaba, ya pueden imaginar cuánto más se le extraña ahora.
Muchas veces le confesé que sentía como una burla el hecho de que no se respetara su trabajo y hasta animales muertos le dejaran como siniestro regalo en el área que afanosamente limpiaba.
Pero Julito ya no está, por desgracia, y a manga por hombro anda la higiene del lugar. Para colmo, un poste telefónico de la cercanía se vino abajo, seguramente porque el constante actuar del cargador de basura contra su base, donde se acumulan los desperdicios, lo fue removiendo y provocó con el paso del tiempo su inevitable caída.
He conversado con los trabajadores de Comunales que limpian este lugar. Personas nobles, de pueblo, que se lamentan del nivel alcanzado por este basurero al pie de una escuela primaria y con negras intenciones de seguir creciendo hasta el infinito.
Quienes como Milagros González viven a escasos metros de este infierno se ponen las manos en la cabeza y abren los ojos con asombro y amargura, pues el problema, lejos de aliviarse, se agrava cada día. Abrir la puerta de tu vivienda, donde tanto luchas por la higiene, y ver frente a ti semejante espectáculo de suciedad, repleto de guasasas que irán a parar a tu casa, provoca un disgusto indescriptible.
Está demostrado que, si a la falta de recursos reales y a la ausencia de iniciativas para resolver problemas impostergables como el crecimiento de los basureros, se agrega la desidia de los seres humanos, empeñados en comportarse como absolutos irresponsables, entonces no habrá dios que ataje esta antihigiénica y peligrosa manera de vivir la vida. Y eso es harto preocupante.