Aunque el calor sea brutal, algunos prefieren cerrar sus puertas y ventanas a cal y canto, para evitar que el hedor proveniente de los corrales de cerdos de la cercanía no los invada y se les pegue en la ropa de vestir ni en las de cama o las toallas.
Otros parecen haberse acostumbrado. Por eso cuando el visitante arriba a sus casas y pregunta: “de dónde viene esa peste tan horrible”, señalan resignados hacia el patio vecino donde los cerdos se agitan en sus corrales y el dueño de estos parece estar inmunizado contra esa falta de higiene absoluta.
En fechas recientes, en Caimito ha sido peor, pues durante largos días este municipio sufrió una impactante carencia de agua, lo cual provocó una complicación muy seria en la vida cotidiana de sus habitantes a la hora de cocinar, lavar, fregar, limpiar las casas…
Fue, sin lugar a dudas, una situación difícil que, unida a los constantes apagones, volvió más difícil la existencia de las personas. Si a los últimos contratiempos le sumamos el hecho de que estas personas residen en un contexto tan carente de higiene como el antes señalado, entonces la vida se torna doblemente incómoda.
Dirán los dueños de los marranos que la falta de agua impide la limpieza de los corrales. Pero he visitado algunas viviendas en momentos donde el agua se encuentra en todo su esplendor, rebosando en las pilas, y sin embargo el “aroma” a inmundicia de corral de cerdo sucio está en su apogeo.
Al parecer, el dueño o los dueños de los corrales se sienten al margen de una sociedad en la que el hombre luchó durante siglos y siglos para tomar distancia del modo de vivir de los animales.
Dos amigos que años atrás criaron cerdos me contaban que hasta tres veces al día fregaban los corrales. Era el único modo de garantizarles las condiciones de vida necesarias y justas, tanto a los animales como a ellos dos y a los vecinos, de proteger a todos de enfermedades que pueden transmitir los cerdos a partir del contacto que establecen con sus heces y orina los llamados vectores mecánicos (ratones, cucarachas y moscas) que después los llevan al interior de las viviendas.
Sin ser especialista en el asunto, cualquiera sabe cuánto daño puede causar en los seres humanos la falta de higiene, residir a escasos metros del sitio donde la orina y las heces fecales de estos se limpia con desgano o no se limpia, o la evacuación de estos deshechos se conecta a los desagües destinados a los deshechos humanos o directamente al manto freático.
En municipios como Bauta, la cría indiscriminada e irresponsable de cerdos llevó a que los residuos de estos tomaran por asalto las tuberías por donde circulaba el agua potable y le impregnaran fetidez y contaminación brutales… y muy peligrosos, obviamente.
Según palabras de Juan González Bello, Fiscalizador Municipal de la Inspección Sanitaria Estatal, es imposible realizar la cría de cerdos sin contar con una Licencia Sanitaria y mucho menos en las zonas urbanas, donde está prohibida completamente no solo la cría de puercos, sino también las de ovejas, cabras y caballos. En ese sentido, el Decreto Ley 272, artículo 18, inciso F, es especialmente claro al respecto.
Acerca del modo en que debieran actuar los afectados, González Bello responde que “primero deben dirigirse a la Comisión de Quejas del Poder Popular, la del Partido o al Departamento Municipal de Higiene y Epidemiología de Caimito (o en el de otro municipio, de acuerdo al sitio donde viva el afectado) y después la queja pasaría a manos de los Inspectores Sanitarios Estatales, para entrar a investigar el problema y ofrecer soluciones.
Sabemos todos cuánto apetecen los cubanos la carne de cerdo, cuán cara es hoy en el mercado nacional, y cuánto ayuda de forma alimentaria y monetaria a quien puede criar estos animales de añorada carne y manteca.
Sin embargo, ninguno de los planteamientos anteriores justifica una crianza inadecuada, carente de higiene y sensibilidad hacia las personas que habitan –por desgracia- a escasos metros de tales cochiqueras.
Juraba un amigo que prefería la carne de puerco antes que cualquier otra porque esta “ya venía sazonada”. Es cierto. Con solo un poco de sal sabe de maravillas. No necesita mucho más para tener un gusto exquisito. Si es frita o asada su aroma se expande y parece llegar a las nubes.
Pero ahí está el detalle, como diría Cantinflas. Ese es el aroma que nos obliga a suspirar de placer. Pero el otro “aroma” solo provoca disgustos, quejas, náuseas y posibilidad de contraer una enfermedad a quienes, definitivamente, jamás han querido vivir como cerdos.