El trovador y poeta William Montero Piña y la escritora Olga Lidia Oliva Peña nunca olvidarán la aciaga noche del 13 de enero de este año, cuando retornaban de la capital artemiseña a Bahía Honda, su pueblo, y un accidente de tránsito estuvo a punto de terminar con la vida de ambos.
Desgraciadamente, el chofer del auto no sobrevivió al impacto. El escritor Javier Cruz recibió algunos golpes, Olga Lidia sufrió contundentes golpes en la cabeza y William debió ser sometido a dos intervenciones quirúrgicas urgentes. Sobrevivir a tan salvaje percance sería casi un milagro.
El trovador enfrentó interminables jornadas de incertidumbre, rehabilitaciones y dolor, de las cuales, como su compañera, se ha ido reponiendo a golpe de coraje y con la certeza de que el arte y el público, al igual que siempre, continúan esperando por ellos.
Anda hoy apoyado en dos bastones, y su esposa en uno y están anclados por el momento en la capital cubana; pero tienen la cabeza llena de proyectos: el libro de poemas Paralelo Cero, de William, salió recientemente publicado con rúbrica del sello editorial Unicornio y Olga entregó a esta misma editora su cuaderno lírico Motivo inverso.
De Olga comentó William que “escribe desde los 14 años, pero toda la poesía la ha mantenido oculta, hasta que decidí ayudar a publicarla, pues me parece una poetisa muy talentosa y es doloroso dejar una obra tan buena sumida en la oscuridad”.
William, miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), confesó que, si bien el accidente les cambió la vida para siempre y les dejó secuelas en el cuerpo, no mató en ninguno de los dos la esperanza ni el deseo de seguir cantando y escribiendo sin parar.
Contó, además, que en una reciente estancia en Bahía Honda, la dirección de la Casa de Cultura Municipal Cirilo Villaverde lo invitó a tomar la guitarra y salir a escena.
No lo pensó dos veces. Tomó en firme a su querido instrumento y, sin reparar en contratiempos físicos de ninguna clase, comenzó a cantarle al amor, la sociedad y, de seguro, al milagro de seguir disfrutando cada mañana la salida del sol sin igual de Cuba.
Desdoble
Al final,
bocas resecas,
puños aferrados a las aldabas
en esa ronda donde nadie gobierna.
Partirán los disfraces
con el ladrido de los perros
y el magro frío de diciembre.
A esa hora de desdobles,
estaré yo.
William Montero Piña
Primera escena
Odio la rutina
y a veces sueño
con el Caballero de París.
La cuerda que cierra
la boca de la bahía
no acordona el zapato de Pie Grande.
Y hago cambios en medio de la escena.
Enmudece la voz del personaje,
vuelvo al proscenio
a conquistar adeptos.
Odio la rutina,
el silencio habla.
Olga Lidia Oliva Peña