En la reciente asamblea de la Uneac en Artemisa, con motivo de la cercanía del X Congreso de esta organización, donde se agrupa la vanguardia artística de Cuba, tomé la palabra para dejar en claro dos posiciones: no me ponía de pie para hablar de ninguno de mis problemas personales y sí para referirme a deudas culturales de la provincia que sí podían ser resueltas, pues ni recursos financieros ni materiales llevaban implícitos.
Echando a un lado todo lo que a veces perturba mi obra creadora, preferí recordar el reconocimiento espiritual que aún le seguimos debiendo a artistas de la talla del ya octogenario tenor ariguanabense Rodolfo Chacón, maestro de generaciones, y al bautense Erdwin Vichot, libra por libra el mejor laudista de Cuba, por solo citar dos ejemplos de artistas artemiseños de primerísima línea.
Pudieran ser más. No lo dudo. Pero preferí concentrarme en estos dos virtuosos, para quienes, increíblemente, la Distinción por la Cultura Cubana se les ha hecho esquiva, mientras con cierta frecuencia artistas de toda la nación ven colgar en sus pechos este prestigioso reconocimiento que avala una fecunda trayectoria en bien de todo un país.
Chacón, ya con 81 años a cuestas, aún puede cantar como los ángeles. Hace muy poco lo demostró en su peña, donde interpretó a dos voces, con uno de sus mejores alumnos, el tenor de empuje Eugenio Hernández, el célebre tema O sole mío, de los italianos Giovanni Capurro y Eduardo di Capua.
Para él, en especial, caben todos los elogios del mundo, no solo porque desde la escena cubana y la internacional interpretó grandes piezas del género lírico cubano y de imprescindibles compositores del planeta entero, sino porque su proyecto Dulce quimera, en su tierra natal, se convirtió en centro de formación para muchos niños y jóvenes que, como su veterano maestro, llevaban la música prendida del alma.
De hecho, Eugenio, miembro de una familia especialmente humilde, sin recursos económicos de ninguna clase, con pésimas notas escolares, encontró en Chacón la luz segura que lo enseñó a caminar en firme por el universo del bel canto y dejarlo listo para empeños mayores que ahora se están concretando a paso acelerado.
Con Luis Morlote Rivas, presidente de la Uneac, recordaba cómo hace ya algunos años, poco antes de que la covid irrumpiera brutalmente en el panorama cubano y nos obligara a replantearnos nuestro modo de vida, habíamos conversado sobre la posibilidad de “cortar caminos” para que, en breve tiempo, figuras como Chacón y Vichot pudieran tener esta distinción en sus manos, milagro que finalmente no ocurrió por las razones ya mencionadas.
“Yo, sinceramente, no puedo explicarme cómo un artista de la talla de Vichot no tiene la Distinción por la Cultura Cubana”, comentaba entonces Luis Morlote Rivas, presidente de la Uneac, acerca del hombre que, con toda justicia, fue calificado en España como El Jimmy Hendryx del laúd.
No pudo en ese momento concretarse la entrega. Pero ahora, de cara al X Congreso, cuando la dirección del Ministerio de Cultura hace hincapié en que ninguna de las figuras de la vanguardia artística -varios de ellos con muy avanzada edad- queden en el olvido, pues mucho aportaron al esplendor moral y humanista de la Patria, es justo volver a invocar la sentencia martiana de que: “honrar, honra”.
Hay días en que uno se siente feliz cuando habla de su obra, pero a veces se impone hablar de los otros, ensalzarles su grandeza y su mérito, pedir para ellos lo que uno jamás debiera pedir para sí.
Y es bueno ver a quienes escuchan este clamor sobre algo posible de realizar sin invertir un centavo, con premura y claridad, y no dejarlo apuntado en la frialdad de un papel, pues alguien ya lo dijo en una ocasión: “justicia que llega tarde, no es justicia”.
Al César lo que al César toca. Y a virtuosos como Rodolfo Chacón y Vichot, y no dudo que a otros, les toca desde hace rato.