Cuentan que cuando el director Gerardo Chijona decidió filmar la versión cinematográfica de la novela Esther en alguna parte,de EliseoAlberto Diego, estaba muy claro que solo un actor cubano, Enrique Molina, estaba en condiciones de compartir el protagónico de tú por tú con el inmenso Reynaldo Miravalles.
Así fue. Tanto el uno como el otro recibieron galardones de actuación en festivales muy diferentes realizados en Cuba, Estados Unidos y China.
Es apenas una anécdota, aunque muy ilustrativa de este genio de la actuación que acaba de morir, víctima de la Covid y que una vez más pone luto al corazón de Cuba.
Como “un tren que todo lo arrolla a su paso cuando actúa”, lo calificó el talentoso Fernando Hechavarría, y como un tren lo recuerda el pueblo cubano en innumerables películas, seriales, cortos y telenovelas.
Sería redundante escribir aquí acerca de cuánto asombro causó su interpretación de personajes como Silvestre Cañizo en Tierra brava o Vladimir Ilich Lenin en El Carillón del Kremlin, o cómo dejaba el alma y la piel en el más sencillo homenaje que le tocara llevar a escena.
Enrique Molina, Hijo Ilustre de Bauta, conservó hasta el final de sus días el dolor de no haber podido interpretar a José Martí, a pesar de que varias veces entró al salón de operaciones para lograr una imagen física cercana al Héroe Nacional.
Fue su gran dolor. Pero no se compara al dolor del pueblo de Cuba al conocer la noticia de su despedida, al saber que Enrique Molina no hará temblar los cimientos de esta o aquella telenovela o de cualquiera de los tantos filmes de nuestra cinematografía.
Al morir, Enrique Molina tenía 78 años. Una edad respetable. Pero nunca, nunca, dejó de ser un tren.