Atrás quedaron los tiempos en que partía presuroso, a cualquier hora del día y la noche, a extinguir un peligroso incendio o a tratar de rescatar una vida humana. Como jefe de compañía, junto a sus compañeros del Cuerpo de Bomberos de San Antonio de los Baños, muchas veces lograba sofocar el siniestro y evitar desastres mayúsculos o salvaba la vida de personas en riesgo.
Pero en otras ocasiones la escena le regalaba un espectáculo dantesco que todavía se aferra a su memoria con firmeza, como el momento en que debía rescatar a un niño atrapado en un pozo… y su esperanza se apagó de un tirón cuando por fin halló sin vida el cuerpo del pequeño.
De modo muy merecido, quien también fuera agente del orden y guardiamarina, Ángel González Martínez, ganó los grados de primer teniente y varias condecoraciones honraron su pecho.
Cuando le llegó la hora del adiós a tanto desafío contra la muerte y el fuego, decidió que un nuevo camino se abría para él al pie del surco, entre los retos permanentes del milagro que entraña obtener alimentos de la tierra.
En verdad, no era un inexperto en el oficio de sembrar y cosechar. Había laborado intensamente, desde 1987, con los hermanos Ambrosia, Gregorio y Cristóbal Borrego Bencomo, tres campesinos con resultados muy reconocidos.
Ellos serían coprotagonistas del galardonado documental Cuba y el camarógrafo, del prestigioso realizador norteamericano Jon Alpert, amigo personal del Comandante en Jefe Fidel Castro.
Una vez fallecidos estos hermanos, las tierras en las afueras del poblado de Guayabal, en Caimito, debían quedar en manos de Ángel en condición de usufructo.
Ángel nunca le temió al trabajo duro. A sus 61 años, sigue sin temerle. El hombre que, con camisa sudada y machete en mano, viene a recibirnos gentilmente lo deja claro. No ejerce de mandón ni jefazo, sino de campesino al pie del cañón.
En 2019 entregó un detallado expediente en la Delegación Municipal de la Agricultura, para recibir la condición de usufructuario, de acuerdo con las leyes vigentes. Pero la documentación fue a parar a la instancia provincial, donde hoy nadie, asombrosamente, puede dar razón de esta.
Mientras espera con impaciencia porque esta legalización se concrete, Ángel siembra, cultiva y entrega yuca, malanga, plátano, habas lima, habichuela, boniato, quimbombó, guayaba, maíz… y diez litros diarios de leche obtenidos en las 3,42 hectáreas de la finca La Victoria, perteneciente a la Cooperativa de Créditos y Servicios Ciro Redondo.
Como muchos agricultores en Cuba, ha sufrido las consecuencias de esos impagos que con tanta fuerza critica el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, pues desestimulan la labor de quienes, bajo el Sol implacable y la lluvia, producen para la alimentación de un pueblo bloqueado ferozmente.
“Además de dejar en claro mi situación actual, quisiera contar con más tierras, pero eso significa empantanarse en una burocracia terrible. Encima, recién me pagaron 18 quintales de mango y siete de plátano que entregué en Acopio en mayo de este año”.
Ángel ha tenido que sortear escollos tan duros como los de sus tiempos de bombero: su esposa, Rosa María Díaz, padece cáncer de colon; esta complicación de salud provocó que cualquier alimento se le tornara de imposible asimilación, tras ser operada… exitosamente.
Entonces un amigo cercano, el ingeniero químico Raúl Abréu Gómez, decidió elaborar para ella en la finca Santa Ana, de manera gratuita (tal como hace para otros enfermos similares), el digestivo yogur probiótico.
Superado el neurálgico momento, Ángel está lleno de nuevos bríos bajo el Sol brutal de Cuba, que suele recoger a muchos al amparo refrescante de las sombras, pero no a él.
A él lo impulsa a producir más a campo abierto, a tomar el arado, el tractor, el machete… y a no detener esas manos que en el pasado tantas vidas, obras y encantos de la naturaleza salvaron.