Apenas una hora después de encontrarme con Gilberto Pastrana Perdigón y decirle que conversaríamos sobre su participación como combatiente en las arenas de Playa Girón, en abril de 1961, leí la noticia de que aún decenas de vietnamitas siguen muriendo como consecuencia de la activación de bombas norteamericanas con que tropiezan a su paso.
Así sucede con el horror vivido una vez: nunca se borra de la memoria y tampoco se acaba. El ayer marca la vida de hoy. Los vietnamitas siguen sufriendo las consecuencias de una guerra impuesta por una potencia caprichosa y Gilberto me señala su cadera, donde una bala mercenaria quedó para siempre.
La fuerza bruta de unos hombres se ceba en otros que, como decía Sabina, “solamente querían vivir”. Solo que, en estos casos señalados, la fuerza bruta terminó mordiendo el polvo de la derrota.
Gilberto es caimitense y disfruta de un apellido que está regado por todos los confines de esta tierra artemiseña. Después de haber regresado de la Lucha contra bandidos en el Escambray, donde participó como miliciano, le habían otorgado varios días de descanso.
Pero los bombardeos a los aeropuertos de San Antonio de los Baños, Ciudad Libertad y Santiago de Cuba lo sacaron de su tranquilidad hogareña y lo devolvieron, fusil en mano, al vórtice de un contexto político, donde ya una invasión militar por parte del gobierno norteamericano era inminente.
Ante el desembarco mercenario, el 17 de abril de 1961, por la costa sur de Matanzas, el entonces miembro de la Compañía Ligera de Combate, perteneciente al Batallón 116 de la Policía, dirigido por el comandante Efigenio Ameijeiras, respondió al llamado de su país para marchar a la primera línea de fuego.
Pastrana recuerda que al frente de la Compañía estaba el capitán Luis Artemio Carbó y la integraban 27 caimitenses, entre ellos Juan de Dios Fraga Moreno, además de una buena cantidad de combatientes de Bauta, Punta Brava, La Lisa, Marianao y Guanajay.
“Después de la medianoche del día 19 llegamos al Central Australia -recuerda Pastrana-. Allí nos recibió Fidel y nos ordenó que en 72 horas el enemigo debía ser derrotado, pues los mercenarios intentaban formar una `cabeza de playa´ para ser reconocidos internacionalmente y solicitar una intervención directa del gobierno yanqui”.
Salieron de inmediato hacia Playa Girón. Fue una jornada muy dura porque los B-26 estaban bombardeando sin misericordia y hasta napalm tiraban, y los morteros no dejaban de caerles encima.
En ese trayecto, Pastrana recuerda haber visto una guagua Leyland completamente en llamas, dentro de la cual se encontraban decenas de compañeros muertos, como consecuencia de un bombardeo.
Avanzaban divididos en dos columnas: una bajo las órdenes de Efigenio y la otra con el Comandante Samuel Rodiles Planas. Una avanzó a lo largo de toda la costa y la otra por la Ciénaga.
Gilberto cuenta que Juan de Dios, que entonces marchaba en la columna 2, donde no habían colocado combatientes de Caimito, salvo a él, se paró, en pleno fragor combativo, a insultar a los mercenarios de la manera más dura que se podía y un “refagazo” de ametralladora 50 lo cortó literalmente a la mitad.
“Revivir esa imagen es muy triste –confiesa-.Yo lo conocía muy bien. Era natural de Güines, pero vino a Caimito en busca de mejores opciones de trabajo y las encontró. Fue secretario general de la CTC y después del sector de la Construcción. Como decíamos antes, era `mamey colorao´, una persona con unos valores tremendos”.
Más adelante, en un gesto de impresionante valentía, al tratar de eliminar personalmente a un tanquista mercenario que causaba estragos con la ametralladora de tu torreta, cayó el capitán Carbó, mientras que un morterazo dejaba casi sin vida a otro caimitense, Leonel González Troncoso.
Narra Gilberto que Leonel fue salvado de la muerte de manera casi milagrosa, pues debió sujetarse una parte de sus intestinos para que no salieran disparados del interior de su cuerpo.
“Parece que yo tenía la sangre bien caliente cuando la bala me atravesó –dice Gilberto- porque entonces no sentí nada. Me di cuenta al tocarme el pantalón y ver que estaba repleto de sangre. De allí me sacaron inmediatamente para atenderme y días después conocí de la victoria contra los mercenarios.
“El napalm, una sustancia prohibida internacionalmente, también me quemó y todavía llevo las marcas en las manos. Aquí las tengo para siempre. Es algo salvaje. Puedo decirte que arde como demonio”.
Seis meses estuvo sin poder caminar. Nunca lo operaron para extraerle la bala, porque corría el riesgo de quedar inválido para siempre. La ciencia entonces no estaba tan desarrollada como hoy y era preciso andar con cautela. Por eso la bala sigue ahí, fundida para siempre al hueso de su cadera.
“Nosotros no fuimos a Girón a cambio de nada material. Fuimos por convicción —afirma convencido-. Ahí estuvo la diferencia fundamental que nos dio la victoria. Por mucho armamento que tengas, si no estás dispuesto a morir por tus principios, entonces ese gran armamento no te sirve de nada”.