Reza un viejo proverbio árabe, con palabras más o menos iguales a estas: “hombre, siempre que llegues a tu casa, pégale a tu mujer, y si no sabes por qué lo haces no te preocupes, ella debe saberlo”.
Es apenas un proverbio, pero revela una verdad que, por los siglos de los siglos, le ha ocasionado a la mujer (de todas las edades y las geografías) los más crueles castigos, el más rotundo desprecio y las más despiadadas ejecuciones.
Era de esperar que, tras largos años de lucha por parte de ellas y de hombres muy comprometidos con su causa, la vida, los derechos y el honor de las mujeres gozara de mayor respeto y consideración por parte de cualquier sociedad donde habitaran; sin embargo la realidad se encarga, día tras día, de remitirnos a una verdad lacerante acerca de este asunto.
Crímenes y violaciones contra ellas que jamás se intentan resolver, “leyes” con el más descarado tufo machista destinadas a no protegerlas y hasta a condenarlas por “dejarse” violar o no querer parir el hijo producto de una violación, niñas obligadas a contraer matrimonio con adultos capaces de provocarles la muerte tras una tempestuosa penetración sexual… son apenas un botón de muestra en esta larga lista de abusos contra la mujer en el mundo.
En cuanto a las niñas, precisamente, existen naciones donde son vistas como seres absolutamente inservibles y, por eso, eliminadas físicamente apenas abren sus ojos al mundo, tal como vimos en el impresionante filme indio, proyectado en La Séptima Puerta: Una nación sin mujeres, donde la protagonista es vendida por su padre a tres hermanos, a los cuales debe servirles de esposa en igualdad de obligaciones.
Cuba no escapa de este flagelo de la violencia contra la mujer, solo que, al contrario de lo que opinan toscamente algunos, en especial en las redes sociales, las diferencias respecto a otras naciones y “culturas” son bien notables.
No en vano lo que Fidel llamó “una Revolución dentro de la Revolución”, para referirse al paso de gigante y a la mujer cubana después de 1959, ha resultado un acto de innegables logros, sin puntos de contacto con la barbarie presente en los ejemplos citados.
Pero no nos llamemos a engaño. Es imposible negar que la violencia física y verbal contra muchas de las mujeres en nuestro país, todavía debe llamarnos a la reflexión y, sobre todo, a la actuación, pues la amenaza de retroceder en este ámbito siempre está presente y, en medio de períodos de crisis, suele agudizarse.
Recientemente escuchaba un tema de la orquesta Aragón, muy popular en la década del ’70 del pasado siglo: Manuela no me pelea, en el cual el intérprete confesaba compartir gustosamente con su esposa los quehaceres hogareños, idea promulgada por el entonces muy popular Código de Familia.
Pero hoy se sublimiza el machismo ramplón, el falocentrismo más insolente y la mujer como objeto deseable y desechable en no pocas opciones “culturales”, divulgadas a más no poder, mientras se sigue postergando una relectura de este fenómeno a escala nacional.
Resulta sencillamente vergonzoso que personas con nivel universitario puedan convulsionar con temas musicales donde la mujer es llamada perra o descará y, por tanto, merece el castigo que se le ocurra a la estrella reguetonera de turno, “castigador” al que miles aplaudirán y tomarán como fatídico modelo de hombría.
Podrán decir que es solo un tema musical o varios; lo cierto es que las proposiciones artísticas, aun cuando sean fallidas, se nutren de la realidad cotidiana… y a la inversa: en este caso, de la peor realidad, y eso debe servirnos como símbolo de alerta.
Ninguno de nosotros (sea machista o no) puede negar la dimensión que ha alcanzado la obra de la mujer cubana durante los últimos 60 años, ni los enormes espacios abiertos para su realización personal en el deporte, la medicina, la educación, la ciencia, la cultura, la agricultura, las Fuerzas Armadas, el periodismo…
Nadie puede negar las diferencias, en este sentido, respecto a otras sociedades, incluso con mayor poder económico y desarrollo, donde las mujeres reciben salarios inferiores por realizar el mismo trabajo que un hombre, apenas pueden ocupar cargos públicos o mostrar sinceramente su libertad de pensamiento y sexualidad.
Mirando por un momento el problema de la violencia contra la mujer en Cuba, llama mi atención el hecho de que algunas voces críticas, desde las redes, sobredimensionen el asunto tras publicarse varios casos de violencia trágica, al punto de ver en cada cubana a un ser agredido socialmente, tanto por el despostismo masculino como por las instituciones.
Para los ojos de ciertos preocupados críticos, la llamada “Revolución dentro de la Revolución” parecer ser una farsa y no la victoria real que puso a las mujeres en una dimensión nunca antes vista en casi ninguna parte del planeta.
Pero, más allá de cualquier tremendismo que ubica a la sociedad cubana a imagen y semejanza de una aldea tribal, el problema está presente, y mirar hacia otra parte, no ver o no escuchar, no es para nada aconsejable.
Ahora mismo, desde este mes de tanto reconomiento para ellas, en este tiempo donde han brillado dentro y fuera de Cuba, pudiéramos comenzar a debatir largamente, y en voz alta, acerca del tema en los medios de comunicación, en las calles, eventos y en la ya cercana escuela.
No es para menos. La mujer, taller natural de la vida, obra maestra de la naturaleza, no será nunca más el fruto de una costilla, ni la paridora pagada con pan, sino prueba fehaciente de talento y voluntad. Sea cubana o no, merece toda la atención posible, nuestra protección y defensa. El mundo que una vez cambió para ella no admite retrocesos.