“Fue muy duro el último agosto. Nunca antes vivimos algo así”, recuerda Bárbara Hechavarría Martínez, quien desde la fundación de la provincia labora como tapicera de la UEB Fábrica de Sarcófagos, en Candelaria, perteneciente a la Empresa Comunales Artemisa.
“Con el alto número de fallecidos a causa de la COVID-19, llegamos a hacer turnos de hasta 24 horas. Aunque se abrieron contratos y aumentamos la plantilla de cuatro a ocho tapiceras, las de mayor experiencia nunca pudimos abandonar la carpintería. Este es un trabajo que, si bien parece sencillo, requiere destreza y rapidez, y eso solo se alcanza con los años”, comenta.
Tal vez Ariel González Reyes nunca vio pasar ante su sierra tanta madera junta en una sola jornada. Carpintero también dedicado a la fabricación de ataúdes, tuvo que acelerar los ritmos de su oficio y adaptarse ante el aumento sostenido de muertes por coronavirus y otras causas.
Según la Dirección Provincial de Salud Pública, “entre julio y agosto, 186 personas fallecieron víctimas de la COVID-19 en el territorio”. Pero los números oficiales no incluyen a quienes superaron el virus y luego murieron por complicaciones derivadas de la enfermedad.
“Realmente fue muy doloroso”, asegura Yamilé Puente, otra de las tapiceras, quien confiesa su desagrado en abordar el tema.“Hasta nosotros llegaban los propios familiares afectados por la pérdida, desesperados ante la realidad. Largas filas de carros y camiones se juntaban en las afueras de la fábrica, a la espera de los féretros”.
También relata que a los vecinos, en Candelaria, les causaba mala impresión ver llegar tantos carros fúnebres en busca de los sarcófagos, al punto que el Gobierno recurrió a transportes particulares para cambiar aquella vista. Eso igualmente palió la insuficiencia de carros fúnebres.
Ni Ida pudo detenerlos

“El plan inicial de 375 ataúdes se convirtió en los 1 532 que salieron de nuestra carpintería en agosto, y 1 359 en septiembre”, señala Milagros Valenzuela Espinosa, jefa de almacén, hoy al frente de la UEB.
Las elevadas cifras coinciden con los meses de mayor complejidad epidemiológica en el país. “Llegamos a aportar en un día hasta 130 sarcófagos.
“Eso sí, contamos con el apoyo de la carpintería El Recreo, en Artemisa, y otras de San Cristóbal y Bahía Honda, pertenecientes a la Empresa Agroforestal Costa Sur, las cuales trabajaron duro ante la creciente demanda. Ya solo nos correspondía garantizar la tapicería de las cajas”.
Milagros revela que cada jornada debía estar al tanto de los pacientes en estado crítico y grave, para evaluar un aproximado y, en función de eso, organizar el trabajo. Era tanta la faena que recuerda haber escuchado sobre el huracán Ida y sus posibles estragos en el Occidente cubano, casi cuando lo tenía encima.
“Ni con las ráfagas acechando las sierras pararon, ni las puntillas dejaron de clavarse en la madera. Cuando faltó el fluido eléctrico nos agenciamos con las linternas de los teléfonos móviles. Pero no podíamos parar. Nos impulsaba la tristeza de los familiares que aguardaban afuera por el derecho a una sepultura digna”.
Allí donde el trabajo parecía no tener fin, igual se lidiaba a diario con la pérdida de conocidos, amigos, vecinos… y el distanciamiento de la familia. Durante muchos días, esposos y esposas solo llegaron a rozar el brazo cuando les alcanzaban un bocado de comida. Veían a sus hijos e hijas dormidos en el horario de 4:00 a.m. a 6:00 a.m., cuando podían llegar a casa.
A finales de agosto e inicios de septiembre, la incidencia de la COVID-19 dio un giro favorable, con un decrecimiento evidente en el número de positivos y fallecidos. Las jornadas en la fábrica candelariense volvieron a ser las habituales: sierras y martillos dejaron de ser la música repetida hasta el cansancio… que nadie quería escuchar.