La noticia de que, luego de salvarse de la COVID-19, el árbitro internacional de Artemisa Willian Rosquet Rivero donaba su plasma hiperinmune, para el tratamiento a pacientes graves o críticos aquejados por la enfermedad, develaba uno de los gestos más humanos de tantos manifiestos durante el azote de la pandemia.
Nueve donaciones equivalentes a 18 bolsas del líquido, completó Wilian desde mayo hasta septiembre de 2020. ¿Qué pasó después? ¿Por qué no aportó más? ¿Se sumaron otros convalecientes?
Celia de los Ángeles Rodríguez Orta, jefa del banco de sangre del hospital general docente Comandante Pinares, en San Cristóbal, cuenta con pesar que desde esa fecha el equipo de plasmaféresis automatizada dejó de funcionar por falta del conjunto de piezas requerido.
Los problemas de financiamiento impidieron la adquisición de los kits necesarios, no solo para este (único de su tipo en Artemisa) sino también para los del resto del país.
“En estos momentos esas donaciones se realizan solo en cuatro o cinco provincias, las que disponen del kit para las máquinas de plasmaféresis”, explica la doctora Delia Esther Porto González, jefa del Programa Nacional de Sangre, en el Ministerio de Salud Pública.
Las donaciones de plasma de pacientes sanos resultan habituales, y tienen diversos usos. Pero ahora la prioridad son las de plasma hiperinmune. Antes, se transfundía a los pacientes tras el análisis en laboratorio; actualmente, se traslada a la Planta de Hemoderivados para la producción de la inmunoglobulina anticovid.
“Ya estamos por completar la cantidad precisa para iniciar su proceso de producción; sería un medicamento hemoderivado”, asegura Porto González.
Aunque se adoptan estrategias para concretar todas las donaciones posibles, como el acercamiento de donantes a centros médicos donde aún funcionan las máquinas de plasmaféresis (los artemiseños a La Habana), ciertamente el déficit de equipos lastra el esfuerzo por acopiar mayores volúmenes en menos tiempo.
“Las dificultades de financiamiento que nos han impedido adquirir los kits en mercados más competitivos, a menor precio, están determinadas por las restricciones impuestas por el bloqueo a Cuba. No solo eso, sino las afectaciones con los medicamentos en sentido general”, declara Liset Pérez, directora de la Planta de Hemoderivados Adalberto Pesant, ubicada en la capital cubana.
“La mayoría de las materias primas usadas por nuestra industria son importadas. Si Estados Unidos nos las vendiera, nos costarían mucho menos, pues su traslado sería más económico. Y no se trata únicamente de la negación a vender, sino de los esfuerzos de ese Gobierno en obstaculizar el acceso por cualquier vía”.
Encima, la persecución estadounidense a las exportaciones de nuestros productos biotecnológicos entorpece aportar más al financiamiento, indispensable para comprar equipos e insumos requeridos por la industria biofarmacéutica.
La dirección de Medicamentos y Tecnología del Minsap realiza gestiones de contratación para la compra de kits de plasmaféresis, tarea que hasta 2020 asumía la Planta de Hemoderivados. Esperemos tengan éxito, a pesar de los obstáculos, y muy pronto más bolsas de plasma salgan de brazos nobles artemiseños y cubanos de todo el archipiélago.