He vuelto a escuchar las palabras de Interián, dichas a camisa quitada. Si quisiera, me entretendría buscando el modo de desacreditar lo que dijo, de anularlo al reinterpretarlo (malinterpretarlo). Trataría de encontrar alguna contradicción más o menos lógica. Incluso diría, esforzándome, iluso, que es partidario de lo privado, por alguno de los ejemplos que puso. Para ir en contra, cualquier cosa sirve, hasta lo incierto…
Podría decir eso y más, pero no quiero. Porque en esta sociedad nuestra, la crítica que busca movilizar para avanzar, y propone soluciones, nunca hace mal, aunque lo parezca, y es más genuina que cualquier unanimidad pétrea que no se cree ni el que la aplaude.
Ni en casa estoy de acuerdo muchas veces con la madre que me parió, ni con la mujer a la que beso. Imagínate si voy a concordar con todo el que me rodea o con todo lo que comparta cada individuo que tenga datos para conectarse y visitar este muro… Tampoco voy a aspirar a lo mismo para mí. En lo absoluto.
Si alguien defiende (de corazón) a la Revolución desde sus bases estructurales, históricas, y trata de que nunca regresemos al pasado oscuro del que salimos en 1959, perfecto… La Revolución como proceso humanista, transformador, popular… es lo mejor que nos pudo pasar. Lo aprendí con mi abuelo, que murió entendiendo que aquella Revolución por la que se batió con uñas y dientes, seguía latiendo en sus esencias, sí, pero casi 60 años después, latía en un cuerpo diferente, porque el mundo era otro. Y Cuba también.
Fidel lo sabía. El hombre más inteligente, aglutinador y osado que ha pisado esta tierra en décadas, entendía perfectamente eso, y no conceptualizó la Revolución para garantizar la apertura o clausura de actos y congresos, ni para rellenar parrillas de la programación televisiva. Lo hizo de un modo pragmático, despojándola de un final que no tiene, que no existe, cuando queda tanto por conquistar todavía.
Mejor que yo, por edad y por trabajo, lo sabe Interián, tan diputado, y tan campesino, tan de la base productiva, con el valor suficiente para irle de frente al inmovilismo, la burocracia y la ineficiencia en el mejor lugar para hacerlo, desde su posición como representante de los intereses del pueblo que lo eligió, en la Cuba del año 2025 (casi 2026), que es una Cuba ultrabloqueada e imperfecta, y está necesitada de transformaciones viscerales e inmediatas a lo interno, porque con la maldad del vecino de los altos tenemos que arar, hasta el infinito y más allá, y solo a nosotros mismos, estatales y privados, podemos encomendarnos.
El que crea lo contrario, es su problema. Para mí, lo impensable es defender irracional y utópicamente aquello que fuimos pero hoy no somos, por las mil y una razones que conocemos, en un mar de odios foráneos y odios fratricidas.
Este no es el país de antes del ’59, como tampoco el de los históricos ’60, ni el de los duros ’70, ni el de los soviéticos ’80, ni el de los sufridos ’90, ni siquiera el de los 2000… Que yo recuerde, el 2019 fue el último año en que nos parecimos un poco a lo que éramos. Y yo, como muchos -no digo todos porque sé que siempre hay gente encantada con lo que hay-, quiero un mejor país que el que tenemos.
Lo quiero yo y lo quieren millones: los que dirigen y los que son dirigidos, los que curan y los que educan, los que arreglan termoeléctricas y los que no trabajan, los de perfiles falsos y los que dan la cara, los diputados que hablan y los que no… Lo quiere Interián, y por eso dijo lo que dijo, con los ejemplos que encontró, que a mí me parecieron elocuentes, aterrizados, honestos, revolucionarios y, principalmente, cubanos. Y cuando un cubano habla desde la raíz, merece respeto. Sobre todo eso, respeto.

