Dicen que un día le preguntaron cuál era su mayor deseo y sin titubear respondió: “pararme en una esquina”. Esa respuesta sobrecoge, un hombre de su talla con una aspiración tan simple, en el sencillo gesto de ver la gente pasar. Él nunca pudo hacer eso, en cualquier sitio que estuvo, dentro y fuera de Cuba generó multitudes que corearon “Fidel, Fidel, Fidel…”
Así le llamó siempre la gente común, tratándolo de tú sabiéndolo cercano como un padre. Nunca esquivó ninguna pregunta, ni siquiera las más provocadoras, sin perder la paciencia. Se sometió a extensas entrevistas con periodistas de todas las ideologías y en todas defendió sus puntos de vista con pasión y verdad.
Su avidez de conocimientos le llevaba a leer incansablemente; cables de todas las agencias internacionales de prensa, para conocer cómo iba el mundo; de temas históricos y científicos porque le apasionaban; los informes relacionados con el desarrollo del país, para poder seguir el hilo de cada empeño y por supuesto literatura.
En cada uno de sus actos estuvieron siempre las ideas del Apóstol, por eso apenas iniciada la Revolución, emprendió la colosal tarea de enseñar a leer y a escribir a cada cubano. La Campaña de Alfabetización fue la primera batalla que condujo y ganó con todo el pueblo como ejército. Después de esto fuimos un poco más libres y ganamos la convicción de que no habría otra cosa que la victoria como colofón a cada tarea conducida por él.
Tal parece que la misión de su vida fue poner a Cuba en el mapa global, entre otras cosas, gracias al desarrollo del deporte,puestoalalcancedetodos,surgieronequiposcomo las Morenasdel Caribe, figurascomo Teófilo Stevenson que echó por tierra a Duane Bobick, la Esperanza Blanca, en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972 y hasta hombradas como la de ganar cinco medallas de oro olímpicas, hazaña escrita porelinmenso Mijaín López.
El empeño puesto en formar médicos para Cuba y para socorrer a los necesitados del mundo, lo hizo crear la Escuela Latinoamericana de Medicina, donde estudian los que un día sanarán las heridas que han provocado años de explotación y subdesarrollo en los habitantes del subcontinente.
En fecha tan temprana como el 15 de enero de 1960 expresó: “El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente, un futuro de hombres de ciencia, de hombres de pensamiento” y ahí dejó la simiente que germinaría en las vacunas, que con poéticos nombres de Abdala o Soberana salieron de nuestros centros de investigación.
Las mismas que libraron a muchos cubanos de sucumbir al coronavirus. A su inteligencia natural y los conocimientos adquiridos mediante el estudio constante, unió una agudeza especial para desentrañar situaciones y adelantar soluciones a problemas aún por aparecer, ese fue el caso de la desaparición del campo socialista. Ya desde finales de la década de los ochenta del pasado siglo empezó a avizorar los resultados que eso tendría para nuestra economía y a prepararnos para eso.
Tenía el don de la palabra. Todo lo hablaba con el pueblo y convencía con discursos interminables que la gente escuchaba porque entendía bien. Podía llegar a la esencia de todos los asuntos y como un antropólogo forense desmenuzar esa información y trasmitirla a las multitudes. En los primeros años de la Revolución tenía comparecencias televisivas casi a diario, para informar al pueblo de cada cosa. Luego, aunque no era tan frecuente no hubo un asunto importante que no tuviera, a veces incluso la toma de opinión en algún multitudinario acto.
En los meses previos a que se hiciera público el cambio de dirección política en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) convocó a las mujeres de las dos Habanas a varias reuniones en el Carlos Marx. Con ellas analizó, sin decirles lo que ya él había avizorado, la difícil etapa que se avecinaba, las llamó al ahorro, a conservar y transformar cada vestido y a hacer de la economía del hogar una profesión más.
Tuvo toda la fuerza moral para exigir sacrificios en nombre de la Revolución porque siempre fue el primero en todo. En la etapa de la guerrilla nunca eludió un combate, tampoco después. Cuando la invasión mercenaria por Playa Girón fue él quien dirigió a las tropas y desde la playa hizo el disparo que hundió al buque Houston. Cuando el ciclón Flora azotó durante días el oriente cubano, desde un tanque anfibio se metió a rescatar personas y por poco sufre un accidente.
Sobrevivió a más de 600 atentados, en unos casos por la probada eficiencia de los órganos de la seguridad cubana, en otros por la cobardía de sus enemigos que cuando lo tenían cerca se sentían anulados por su magnética personalidad. Vivió una larga vida y partió en igual fecha que el Granma de las costas de México.
Sabiendo cercana la hora definitiva pidió que no se erigieran monumentos en su memoria, que no se nombraran calles, ni fábricas, ni escuelas y finalmente lo logró. Se me antoja pensar que a pesar de eso, sigue por ahí recorriendo a pasos largos cada esquina de nuestra geografía y existe una prueba, en el Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia, de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.



