“Camilo es una figura legendaria. Es la idea que yo tengo de Camilo, hasta de su mismo nombre nada común, lleno de fuerza y de poesía al mismo tiempo. Si nosotros inventáramos un nombre para un personaje de leyenda le podríamos poner el nombre de Camilo Cienfuegos. La misma muerte de Camilo, perdido en el mar, la manera de conmemorarla, echando una flor al agua y todas aquellas, sus hazañas, son acciones de leyenda”.
Esa fue la visión que nos dejó Vilma Espín del más mítico de los guerrilleros cubanos. Y de esa forma lo vio Fidel en su exilio mexicano: enigmático, resuelto, risueño y valiente, aun en medio de los mayores desafíos, como si advirtiera su triunfo sin tener que medir el peligro que entrañaba el trance.
¿Cómo se explica el hecho de que lo incluyera entre los expedicionarios del Granma -fue el último alistado- sin que contara con un aval de suficientes garantías como combatiente? Solo uno de los exiliados cubanos en tierra azteca conocía al joven habanero, al sastre que estudió en San Alejandro y que de una manifestación en la colina universitaria contra fuerzas policiales lo llevaron malherido al hospital.
La historia premió con la razón al fundador del Movimiento 26 de Julio. Camilo, no fue un expedicionario más. Combatió y sobrevivió al desastre en Alegría de Pío, estuvo entre los sobrevivientes que creyeron en el Jefe, cuando maltrecho, con escasos fusiles y optimismo a prueba de balas, aseguró en Cinco Palmas la posibilidad de la victoria sobre la tiranía.
Camilo, indetenible, continuó su ascenso moral y militar en la guerrilla. Fue jefe de la vanguardia de Fidel y luego del Che. Dio muestras de liderazgo ejemplar, inteligencia, valor personal, temeridad, disciplina y compromiso para cumplir las más riesgosas misiones por complejas que se presentaran las circunstancias.
Estuvo entre los primeros guerrilleros en alcanzar el grado de Comandante del Ejército Rebelde. Antecedido solo por otros cuatro colosos: el Che, Ciro Redondo en condición postmortem, Raúl y Almeida. El 21 de abril de 1958 llegó a sus manos el documento acreditativo, firmado por el Comandante en Jefe cinco días antes. Peleaba entonces como capitán en los llanos orientales, muy cerca de Bayamo y Manzanillo. Primer oficial rebelde que bajó a fajarse en tan difícil escenario combativo. Y emergió vencedor.
“Más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a su confianza”. Esa fue parte de su breve respuesta al nombramiento. No tenía tiempo para regodearse en la natural vanidad de los mortales. Estaba hecho para la proeza y no para el homenaje. Las misiones a él encomendadas serían más duras y peligrosas en lo adelante.
Cuando podía pensarse que ya su enorme estatura como jefe militar no tenía espacio donde seguir tomando altura, se elevó Camilo junto al Che en la campaña invasora, en la toma de cuarteles y ciudades. En Yaguajay rindió a la numerosa guarnición y el triunfo revolucionario impidió que llegara hasta Pinar del Río con la Columna 2 Antonio Maceo, a fin de consolidar la lucha armada en occidente.
Tras su entrada en La Habana estuvo más que justificada la decisión de enviar a Camilo a forzar la capitulación de Columbia: guarida mayor del tirano Batista. No podía ser de otra manera: misión cumplida. Así fue con las demás misiones que asumió con entrada total en el ejercicio de sus responsabilidades como jefe de las fuerzas armadas de aire, tierra y mar; Jefe de Estado Mayor del Ejército Rebelde y en la encomienda de arrestar en Camagüey al cabecilla sedicioso y contrarrevolucionario Hubert Matos.
La desaparición física del Señor de la Vanguardia conmocionó al país. Era de los jefes rebeldes más carismáticos, queridos y admirados por su pueblo, uno de los oficiales más seguros, capaces y confiables de la Revolución.
La vida y obra de Camilo atraviesan tiempos y espacios, trascienden las dimensiones y alcanzan categoría de leyenda entre los cubanos. Sobradas razones tenía el Che para afirmar que: “En su renuevo continuo e inmortal, Camilo es la imagen del pueblo”.



