El arraigo a cuanto representa la Patria es inherente a los seres humanos de bien. Por eso hay símbolos más allá de la palabra que dictan sentencia sobre lo que somos y hasta de lo que fuimos, el himno nacional es uno de ellos.
Los niños no analizan ni definen la identidad o la cultura, pero ellas germinan en la virginidad de sus corazones desde que la escuela les forma, la bandera les motiva y lo sublime de una canción distinta a todas, les reclama pasiones y energía.
Este es el seminternado Guillermo Castillo de la comunidad Los Pinos, en San Cristóbal, muy peculiar por su arquitectura y por su historia, pero pioneras y pioneros sobre el archipiélago cantan cada día en alguna escuela, son versos que llaman al combate y el lenguaje es antiguo y formal, pero ellos alzan sus voces y entonan ese canto como suyo, porque lo es, les pertenece la obra de mambises y guerrilleros, de héroes y de valientes.
Ya sabrán que Perucho sobre su caballo compartió para sus coterráneos la letra de La bayamesa, imaginarán hoy la escena mientras cantan, conectarán con el pasado y en lo espontáneo de su inocencia estará latiendo Cuba, este 20 de octubre.
Ella, la que contempla orgullosa a sus pequeños hijos, se posa en una estampa de genuino esplendor, porque esto también es Cuba, son marca país estas miradas juntas en tantísimas áreas de formación, apuntan alto y hacia el mismo sitio. Parece estar allí la clave, cosas así de cotidianas también son parte del patrimonio cultural.
Mirar en la dirección de la estrella solitaria, entonar unas notas musicales de ritmo y vigor incomparables, el momento es tan solemne y en paralelo sus voces infantiles le confieren matiz tan jovial, que la escena conmueve y purifica.
Ellos tendrán tiempo de entender, pero hoy es día de sentir. Esto es el efecto Patria, que se vuelve canto, edad sagrada y la expresión más tierna de fe en la fuerza de la nación.