Mucho del alma del grupo Orígenes y del magistral caricaturista Roberto Hernández Guerrero, de Bauta, quedó por estos lares, con sus dotes de honda sensibilidad y potencial suficiente para aventurarse en las más diversas propuestas, tanto en el dibujo como en el lienzo, la cartulina, la escultura…, que salieron un buen día a plantar belleza en medio de parques, avenidas, aceras, cunetas. Salieron a convertir “lo sucio en oro”, como bien asegura el trovador.
Una ciudad como Artemisa, centro de los 11 municipios que la conforman desde el 9 de enero de 2011, necesitaba un rostro de espacio hospitalario que toda ciudad o pueblo requiere, ese rostro donde se mezclan historia, amabilidad, belleza, limpieza, originalidad…
Ningún símbolo parecía mejor para ello que la célebre Pupila insomne, que tal vez sea el poema más recordado del patriota alquizareño Rubén Martínez Villena, vuelto canción inolvidable gracias a la magia creativa del trovador Silvio Rodríguez, de San Antonio de los Baños.

Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado de atisbar en la vida mis ensueños de muerto ¡Oh la pupila insomne y el párpado cerrado! (¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)
Muchas cosas puede significar este poema de poderoso enigma. Como toda obra auténtica de arte, remite a más de una interpretación que ensalza la invencible fe del hombre.
Con el nacimiento de Artemisa junto a su vecina mayabequense, funcionarios como Armando Cuéllar, expresidente del Poder Popular en La Habana y Raúl Rodríguez Cartaya electo para esa responsabilidad en los días fundacionales de la provincia, y poco después Jefe de la Administración; entre otros directivos de Cultura y Patrimonio, decidieron contar con varios creadores, para impulsar proyectos destinados a contribuir con el sello de identidad, al que tanto suelen aportar los artistas.
Fue todo un acierto que artistas como Karoll William Pérez Zambrano y Oslier Pérez Miralles no la pasaron por alto, a la hora de decidir qué símbolo podría realmente estar a tono, con la que sería otra nueva provincia de la nación, con un enorme historial de lucha revolucionaria, y a ellos agradecemos esta obra de gran impacto a los 15 años de existencia de Artemisa.

La pupila de nuestro rostro
Valdría la pena detenerse ahora en un detalle nada baladí: si bien muchas de estas esculturas ambientales se diseñaron detalle a detalle, desde la tranquilidad casera, hubo que construirlas y ubicarlas bajo el sol y el sopor durísimos de Cuba. Y esa tarea, junto a varios constructores, recayó sobre los hombros, las manos y el cuerpo de los propios artistas.
La obra, con una base de 8 x 6 metros y una columna de ocho metros de altura fundidos un situ, respondió también a un sólido proyecto de ingeniería, en el cual pesó sobremanera la mano del ingeniero, artista y jefe de brigada Orlando Pérez, y la cúpula (el ojo) fue fundida en los talleres de Oslier en Bauta, sin hacer distingos entre artistas y obreros a la hora de sudar en su construcción.
Del intenso valor que posee La Pupila como escultura y la grata imagen moncadista que regala al recién llegado el entorno donde están enclavados, tampoco olvido la sincera opinión del poeta, narrador y etnólogo Miguel Barnet, quien se abrió con verbo de elegancia para reconocer cuanto lo había fascinado esa entrada que conducía al corazón de una ciudad con muchos héroes y mártires, cuya sangre brilla en la bandera, según el célebre poema de El Indio Naborí.
Las esculturas al aire libre, cuando son proyectadas y ejecutadas in situ por artistas de alto calibre, como es el caso de La Pupila insomne y otras dedicadas a personajes de la obra martiana, El Quijote…, siempre traen consigo una revolución visual, una revolución de belleza y lirismo, que nunca, bajo ningún concepto, debe languidecer y mucho menos morir, a pesar de los años. Recuerdo una de estas jornadas, cuando irrumpí en el patio de la vivienda de Adrián Infante Rodríguez, en Bauta, allí me lo encontré, junto a otros creadores de su terruño, sudando la gota gorda, mientras armaban el “esqueleto” de cabillas que serviría para sostener firmemente el cuerpo de la mayoría de las piezas que aún sobreviven en el andar de los artemiseños.
Según palabras de Infante Rodríguez, titular del Proyecto Bauta Color “cada sitio intervenido y cada obra emplazada, conquistó un espacio que antes fue un solar yermo o área sin destino definido hasta ese momento, por lo que pasó a ocupar, en la mayoría, un lugar especial entre los pobladores de cada región y estos, agradecidos, han contribuido al cuidado y preservación de los mismos”.
Este bautense ha tenido la alta responsabilidad, con su equipo, de sostener la belleza artística de la entrada de la provincia, con un vial que también la prestigia, esa que se recrea en la urbe con la actividad esmerada de obreros de Comunales, poniendo color al Ojo de la Ciudad.
Cuando La Pupila recibe a los visitantes, a cualquier hora del día y la noche, bajo sol o lluvia, hay un sentimiento de cálida felicidad que se anima dentro del ser humano que llega, un sentimiento de poesía sin palabras que se suma a las de un poema ya clásico, escrito por el inmenso Rubén Martínez Villena, un hombre que prefirió ser patriota antes que gloria literaria, sin saber que las dos virtudes se le dieron de manera magistral.

(Por Yudaisis Moreno Benítez y Miguel Terry Valdespino)