Como gran conocedor de todo lo que en el mundo de las artes visuales ha existido, para bien y para mal, el profesor y artista Evelio Sánchez Zayas ha dejado en claro que el humor gráfico no es una expresión de acompañamiento, sino plato fuerte en la ya suculenta mesa donde brillan los grandes nombres del expresionismo, el impresionismo, el surrealismo… y otros etcéteras muy respetados.
De ahí que ahora, en pleno y durísimo verano caribeño, cuando los cubanos pelean cuesta arriba, Evelio haya decidido regalar a los transeúntes caimitenses, desde la galería La Vidriera, en el cine del casco urbano, la exposición Diez humoristas gráficos cubanos, en la cual se agrupan obras de 10 destacadas figuras de esta vertiente creativa, entre ellas Ramiro Zardoya, Ares, Pedro Méndez, Alfredo Martirena y Lázaro Fernández Moreno.
Cuba ha contado, a lo largo de muchos años, con brillantes exponentes dentro del humor gráfico. Artemisa, por solo citar unos pocos ejemplos, cuenta con los clásicos Eduardo Abela y René de la Nuez, creadores de los célebres El Bobo y El Loquito, respectivamente, y con quien en más de una vez ha sido seleccionado Mejor Caricaturista del mundo: Ángel Boligán Corbo.
He citado tres nombres. Pero citarlos a todos aquí sería armar una lista interminable, de la cual, seguramente y sin malas intenciones, quedarían algunos fuera, prueba de cuán extensa y jugosa ha sido la historia del humor gráfico en la Mayor de Las Antillas.
Explotar de risa o aliviarse con una sonrisa, siempre viene de perlas al alma humana. El hombre necesita reír y sonreír. El humor gráfico, aun cuando se remita a situaciones adversas, conflictos bélicos o momentos oscuros de la humanidad, siempre puede provocar un sentimiento sano en quien lo disfruta.
Mirando esta selección tan exquisita realizada por el maestro Sánchez Zayas, no sé a derechas por qué recuerdo ese memorable filme antibelicista nombrado Sendas de gloria, del realizador norteamericano Stanley Kubrick, en la cual todo es una suma de perversos y profundos dolores antihumanos, hasta que una prisionera sube a un improvisado escenario y comienza a entonar una sentida canción, gesto suficiente para despertar en los soldados el sentimiento más tierno y esperanzador.
Así, seguramente anda el alma de los humoristas gráficos cubanos de hoy, parte de ellos colgando con sus obras de La Vitrina caimitense: inmersa en demostrar que la risa, aun en medio de tantos vendavales, de tantos dolores profundos, siempre viene a contagiarnos de algún sentimiento tierno y esperanzador.