Hace algunos años, Rafael Pérez Garriga soñaba jugar en un estadio profesional y ser el Messi de Cuba; sin embargo, su vida tomó otro rumbo. Ahora asciende pendientes de 800 metros, salva vidas y le reza a Dios por llegar sano a la casa. “Los rescatistas sabemos la hora de partida, pero no la de regreso, si regresamos”.
Pepe, como muchos le dicen, nunca imaginó que a los 62 años y siendo jefe del Grupo Especializado de Operaciones y Socorro de la Cruz Roja en la provincia de Artemisa, tendría que enfrentar tres accidentes devastadores en tan poco tiempo.
Sus manos solidarias despidieron a los fallecidos por la caída del avión en Boyeros en el año 2018 y, como la escena de una de esas películas que quedan incorporadas en la memoria, el cadáver de una joven con su hija en brazos, es un recuerdo que no logra olvidar; así como la explosión del hotel Saratoga y el incendio de la base de supertanqueros en Matanzas.
“Aún tengo la imagen en mi cabeza de cómo entre las llamas logramos rescatar, incluso, a dos perros”.
Pero asegura que en esos momentos su equipo le da fuerzas. Dieciséis hombres como él y también jóvenes, despliegan valentía en cada tarea.
Su futuro no parecía apuntar a convertirse en paramédico; sin embargo, ese mismo niño asmático convirtió sus pretensiones de crack del fútbol en dedicación y esfuerzo. Recibió en 2013 un curso para pertenecer a la Cruz Roja, y no se arrepiente, porque para él su profesión es un regalo de la vida. Además, lo hace totalmente voluntario, sin recibir nada a cambio.
Aunque se graduó como técnico medio en Sanidad Vegetal, es miembro del Equipo Nacional de Intervención en Situaciones de Desastre, máxima categoría que ofrece la Cruz Roja.
Hoy Rafael conoce y es conocido por todos. Ha logrado que el marcador anote los tantos a su favor, porque su pueblo lo ve como héroe. Para ellos es el hombre capaz de estar en lo más alto del podio cuando se le ha necesitado.
Mientras Pepe arriesga su vida para salvar la de otros, en su casa el miedo traspasa las paredes. Una familia espera que regrese. “Cuando estaba en Matanzas por la explosión de los supertanqueros, mi niña me llamaba desesperada y me decía: ‘Papá, por favor, cuídate. Estoy viendo las imágenes por el televisor y todo está rodeado de fuego’”.
Invisibles ante los ojos, pero imborrables en su mente, Rafael tiene sus propias cicatrices. En una libreta, este hombre apunta cada víctima que no logró salvar, y se enfoca para que su lista no aumente, aunque todo el peso no está en sus manos.
Por eso, dicen que honor a quien honor merece. Pepe cuenta con la Medalla Servicio Distinguido del Minint y con el Sello de Oro, tras realizar una caminata de un mes y siete días desde San Pedro, en Artemisa, hasta la playa Las Coloradas, en Granma.
Cuando su historia termine, algunos dirán que fue de superación; otros argumentarán que lo movió su incansable espíritu. Ama lo que hace. Porque en su condición hay muchos; con su dedicación, pocos.
Por estos días no patea pelotas ni hace goles, pero deslumbra. Las palabras se quedan cortas para definir a un hombre que en más de una ocasión ha demostrado ser un superhéroe. Diría yo que, dentro de lo real, es maravilloso.
