Ellos no tuvieron nueve meses para enamorarse. Tuvieron que conformarse con la espera paciente antes de sentirlo, llevarlos encima, alimentarlos con cuidado.
Para ellas, el momento del parto es la ocasión de conocer, por fin, el rostro de un ser ya íntimo y no tan desconocido después de todo. Nueve meses de latidos compartidos, de secretos susurrados, de una conexión primordial.
Ellos, de pronto, deberán amar a un ser completamente extraño en un acto verdadero de amor sin instrucciones. Será un salto de fe al vacío, una entrega incondicional a un nuevo ser.
Pero papá rápidamente será sostén y fortaleza: en los días terribles del posparto, ante los miedos y la fragilidad de mamá, en las noches de insomnio, cuando mece la cuna con paciencia.
Sabe el padre que es difícil conquistar cada rincón que ha sido tocado antes por el amor de una madre. Ese espacio ya habitado, ese vínculo primigenio, no se toma por la fuerza.
Sin embargo, él lo logra con audacia y delicadeza. Cuanto más sutil, más profundo llega. ¡Y ese lugar en el corazón es tan merecido!
Hay padres ausentes, figuras borrosas en la memoria, sombras que se desvanen con el tiempo. Padres de fin de semana. Padres que ya no están entre los vivos. Hay también padres desconocidos, que se dibujan en la añoranza, en la esperanza y en el consuelo. Pero padres, al fin y al cabo.
Hay otros que son amigos, compañeros de aventuras, cómplices en travesuras. Esos que guardan para cada ocasión el alivio correcto, la palabra precisa, el abrazo reconfortante.
Esos que te impulsan a volar, pero dejan los brazos abiertos para recibirte si fuera necesario regresar al nido.
Manos fuertes que sostienen, que guían, que protegen. Hombros erguidos para acercarte al cielo, para levantarte cuando flaqueas, para compartir el peso de la vida.
Y cuando esta parece complicarse, cuando las dudas te asaltan y el camino se oscurece, no hay mayor alivio que la aprobación en sus ojos. La certeza de que estás haciendo lo correcto. El apoyo incondicional que te impulsa a seguir adelante.
Porque papá no siempre tiene las respuestas, pero siempre tiene el amor. Un amor sin manuales, inmenso, eterno. Un amor en todas sus formas y colores. Recuerda que él, te amó primero, porque sí.