“La primera vez que me asomé a un microscopio y vi otro mundo más pequeño, me enamoré totalmente de eso. Fue un flechazo: ¡amor a primera vista! Me hizo decidirme por esta carrera. Todo gracias a Sandra, una maestra fabulosa del preuniversitario; ella me hizo amar la microbiología”, cuenta Jennifer Ruiz Molina.
La hoy jefa del Laboratorio de Microbiología de Control de la Calidad en el Industrial Biotecnológico CIGB Mariel S.A., estudiaba entonces en el Ernesto Che Guevara, de Caimito, y ese flechazo la llevó a pelear por una de cinco plazas, pese a no estar en un pre de ciencias exactas.
“Soy de Vereda Nueva. Bajaron pocas plazas y yo no estaba en la Humboldt, sino en un pre urbano, pero confiaba que podía alcanzarla, y así fue. Hice mis cinco años en la maravillosa facultad de 25 y J de la Universidad de La Habana, becada en la residencia estudiantil de 12 y Malecón. Me gradué en 2021.
“Cuando me propongo algo, hasta que no lo consigo no me detengo. Me gusta perseguir mis sueños y metas. Me planteé ser licenciada e ir más allá; ahora mismo estoy cursando la Maestría de Tendencias de la Biotecnología Contemporánea, en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) Habana. Y hasta Doctora en Ciencias no voy a parar, porque quiero continuar superándome y aprender cada día más.
“Este centro me ha dado la oportunidad de aprender todo sobre la biotecnología, las técnicas, los productos terminados, cómo se fabrica una vacuna… Hace tres años trabajo aquí, y hace uno que me promovieron a jefa del Laboratorio de Microbiología”, revela la también secretaria del comité de la UJC.
“Nosotros le realizamos el control de la calidad a todos los productos que se van a liberar al mercado. En nuestra cartera tenemos aprobados Abdala, el Heberprot-P y Hebervital, certificados por el CECMED. Las inspecciones que hemos tenido han resultado favorables”.
A Jennifer se le nota fácilmente la inmensa fuerza de voluntad. Tal vez en ocasiones escucha una voz desde dentro que le dice que no puede; entonces, por supuesto, se atreve, vence y hace callar esa voz.
“Primero me cayó el gorrión porque siempre estuve bajo el ala de mi mamá, pero luego, al tener mi independencia e ir creciéndome, me encantó el rumbo que había decidido tomar.
“Hice mis prácticas en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK). Pero mi mamá vio la inauguración del centro en la televisión, y me dijo ‘Jenny, eso te queda más cerca de la casa y seguro están buscando nuevo personal’.
“Me interesé, aunque no lo busqué, no lo perseguí; sin embargo, por azar del destino me tocó mi boleta aquí. Prácticamente inauguré el laboratorio de microbiología, porque no había ningún microbiólogo aún en el laboratorio.
“Y me siento muy orgullosa de la oportunidad que me dieron de venir a hacer mis prácticas aquí, a cumplir mis tres años de servicio social y después la posibilidad de crecerme, en posgrados, talleres y eventos. Le agradezco en especial a mi directora, que siempre ha confiado en mí”, dice ahora con sollozos de emoción.
La joven científica tiene motivos suficientes.
“Mi mamá está súper orgullosa de tener una hija jefa de un laboratorio, que logró su sueño, porque siempre supo que yo quería perseguir mi sueño y me apoyó todo el tiempo. Ella es mi maestra a seguir también”.
Jennifer no defraudará a quienes confían en su talento y su empeño. Le sobran capacidad y energías. Va en pos de sus metas. Aprende las tendencias de la biotecnología contemporánea. Se ha sumergido en otro mundo más pequeño, inmenso y prometedor a la vez.
Sabe que los microbios son guerreros silenciosos, seres diminutos con fuerza para desencadenar una revolución de un impacto monumental en la ciencia. Los estudia como la forma de vida de más éxito evolutivo del planeta. Cada día despierta enamorada de un mundo compuesto por una mayoría invisible que urde el tejido de la vida humana.