Hace ya 38 años que Vicente Portales comenzó a trabajar en la Escuela Especial Secundino Martínez Sánchez, en Bahía Honda. No podrá escribirse la historia de la educación en este pueblo sin tener en cuenta el aporte de este maestro.
“Me gradué de Maestro Primario en la Formadora de Maestros José Licourt Domínguez, en San Cristóbal y pasé a trabajar impartiendo clases en la Escuela Primaria Abel Santamaría. A los pocos meses matriculé en un curso de Retardo en el Desarrollo Psíquico para trabajar como maestro terapeuta y pasé a laborar en este centro en 1987.
“Dos años después asumí la dirección y de estas funciones solo me han separado los cinco años que fui director municipal de Educación y casi un año y medio que colaboré en misiones educativas fuera de Cuba.
“En Honduras fui asesor de la Misión Yo sí puedo, en el departamento de Intibucá y en Venezuela trabajé cuatro meses como asesor del Ministerio de Educación de ese país. Tras cada regreso a Cuba, he vuelto a la dirección de esta escuela, mi escuela, que es también mi casa y sus trabajadores y alumnos son parte de mi familia”.
Ejerciendo como director de la escuela, se graduó como licenciado en Defectología en la modalidad de Curso por encuentros, en la especialidad de Oligofrenopedagogía y obtuvo la Maestría en Educación Especial. “La superación es premisa indispensable para el trabajo del maestro, así le sugiero y exijo a mi colectivo de trabajo”.
En la Escuela Especial Secundino Martínez Sánchez se atienden alumnos con discapacidad intelectual. Algunos permanecen en la institución hasta que terminan el noveno grado y pasan a la Escuela de Oficios. Otros, con mayores dificultades en el aprendizaje al terminar ese nivel, con 13 o 14 años, y no estar en condiciones de ingresar a la Escuela de Oficios, se mantienen en la institución realizando preparación laboral intensiva y vinculados a la práctica en otras entidades hasta que cumplan 18 años.
Apenas unos minutos de conversación bastan para darse cuenta del compromiso incondicional de Vicente con su escuela y sus alumnos. Lo acompañan la inconformidad, la voluntad y el deseo de hacer más de lo que hoy se puede hacer para atenderlos mejor.
“Esta es una escuela concebida para el régimen de internado. Sin embargo, el paso de eventos meteorológicos dañó la cubierta de los albergues y aunque contamos con la voluntad de las autoridades del municipio, no se ha podido reparar. No tenemos posibilidades de activar locales de enfermería y lavandería por dificultades constructivas. Sí contamos con la cocina comedor, el almuerzo y con una enfermera durante el horario de clases. Pero no podemos tener alumnos internos.
“Treinta alumnos nuestros que viven en zonas rurales más alejadas, permanecen ubicados en centros de la enseñanza general. No dejan de recibir clases junto a los demás niños, sin embargo, al no estar internados en esta escuela, no podemos darle toda la atención especializada que requieren, en correspondencia con sus características de aprendizaje lento, limitantes en la formación de hábitos y en la adquisición de habilidades y capacidades para su normal desarrollo».
“Es lógico y ético que nos preocupemos. No obstante, el colectivo docente trabaja para que esos 30 y otros 120 alumnos con discapacidad intelectual, insertados en instituciones educativas del contexto regular por voluntad de sus padres, reciban de sus respectivos maestros la mejor atención posible. En esa labor se destacan nuestros maestros de apoyo y maestros de taller que atienden el componente de la práctica laboral.
“No podemos perder de vista el hecho de que para algunos de esos alumnos se presentan otras dificultades, al ser parte de familias disfuncionales o residir en comunidades en transformación, donde se hace más difícil que reciban la atención especializada requerida para su aprendizaje y equilibrio opcional”.
A todos estos retos –nunca vistos como frenos para cumplir la misión educativa– se enfrenta Vicente todos los días, liderando un colectivo preparado y comprometido con la formación de sus alumnos.